viernes, 6 de noviembre de 2015

Piña entre la EMT y un taxi

Aunque un taxi no es un tren y un autobús tampoco lo es, que piñen estos dos vehículos yo lo entiendo como un 'choque de trenes'. Cualquiera que circule por la ciudad sabe esto. El resto de conductores tememos a estos dos depredadores de la calzada urbana. Sin duda los que ocupan la cúspide de la pirámide alimenticia. Se meten en tu carril sin señalizar la maniobra, toman un curva invadiendo varios carriles... y ya te quitarás tú. Pero bueno, eso es otra historia. Aquí lo interesante es saber qué ocurre cuando se enfrentan el Tyrannosaurus Rex con el Giganotosaurus. Pues yo lo he vivido. A los periodistas nos encantan estas cosas. Podemos acercar al lector lo que realmente pasa en la calle. Pero para eso hay que estar en la calle. Aunque eso también otra historia (del sector prensa, cada vez más 'oficinista').

Les decía, ayer jueves 5 de noviembre de 2015, a eso de las 12 h. del mediodía, cogí el '4' de la EMT con mi nuevo bono recién comprado (8 euros del mismo + 2 euros de la tarjeta. Total 10 euros) en la calle de las Barcas. No habíamos llegado a la siguiente parada cuando un taxista chirrió, lateral con lateral en claro homenaje a las cuadrigas de 'Ben Hur', con nosotros a la altura del Palacio de Justicia. Qué casualidad, por cierto. Todos los pasajeros nos asustamos. No fue un golpe pero el quejido metálico nos causó zozobra, vaya. El conductor arrimó el autobús en un lateral de la Plaza de las Américas para evitar entorpecer el tráfico. El taxista lo estacionó tras él. Miré hacia atrás por una de las puertas (primera de las fotos que acompañan esta peripecia). El retrovisor izquierdo del taxista se había desintegrado. No pude ver más de su lateral, aunque intuyo habría más daños. Del autobús, ni idea. No llegué a bajar de él hasta el final del relato y cuando lo hice ni me acordé, francamente.

Taxista siniestrado aparcado tras el '4' de la EMT.

El conductor del autobús no se puso nervioso ni lanzó ningún improperio como cualquiera de nosotros hubiera hecho al tener un accidente. Muy profesional. Acomodó el mastodonte rojo en esa flexión hidráulica semilateral derecha, abrió las puertas y descendió para hablar con el conductor del taxi. Al poco regresó a la cabina, extrajo unos papeles e informó por radio del incidente. Muchos pasajeros, viendo que la cosa iba para largo, decidieron abandonar el autobús en silenciosa resignación. Otros permanecimos en él. El taxista regresó al '4' y se asomó por la puerta frontal. No llegó a subir. Pero todos pudimos comprobar su estado de nerviosismo. Por supuesto, nadie tenía la culpa. Eso es tan español como el Quijote. Taxista y 'busero' (me permitirán el coloquialismo que rescato de mi época escolar) intercambiaron versiones tipo "Iba yo en mi carril y eres tú el que te has metido en él" sin esperar a que el otro cediera su postura. Eso que vemos a diario en cualquier tertulia de TV. Nada nuevo bajo el sol.




El conductor de la EMT rellenando el 'parte'.

Pasaron los minutos y alguno pasajeros se fueron impacientando. "Tengo cita con el médico a las 12 h y no voy a llegar. Son menos diez", se quejó uno. La señora de al lado apuntó: "No es culpa del conductor". Calló. No obstante, el 'busero' se giró a la media docena de pasajeros que aguardábamos con paciencia y nos habló en valenciano. Nos dijo que a apenas 30 metros se encontraba la parada de Navarro Reverter, donde el siguiente '4' pasaría en breve. "Ya, pero van todos cargadísimos, como para subir en otro...", musitó alguien tras de mí. Al parecer un crucero había llegado a la ciudad, y cuando eso sucede las líneas que llegan al Puerto de Valencia (el '4' entre ellas) se colapsan.




 El conductor de la EMT aguarda paciente la llegada de la inspectora.

A mi izquierda una anciana llamó a su nieta por teléfono. "Nena hoy haré fideuà, pero llegad un poco más tarde que aún estoy en el autobús". A mi derecha dos hombres debatían: "Oye, y los que se han bajado... ¿pierden el billete? ¿Les cuenta un pasaje del bonobús o se lo reintegran de algún modo?". Son las dudas del consumidor, claro. En una ocasión se fue la luz en Kinépolis y el acomodador nos pidió el corre electrónico a los presentes. En unos días me llegó un e-mail de un responsable de los cines belgas diciendo que podríamos disfrutar de una sesión gratis. Por ejemplo.



  La inspectora de la EMT finaliza su trabajo y abandona el lugar.


Una mujer perfectamente uniformada llegó al lugar. Era la inspectora de la EMT. Lo primero que hizo fue hablar con el taxista. "¿Está usted bien?". Luego subió al autobús y le preguntó al conductor algo similar. Hablaron unos minutos, recogió unos papeles y marchó (foto superior a estas líneas). Arrancamos. Pasamos varias paradas de largo. Le pregunté al 'busero' si no tenía previsto parar en alguna, pues ya me veía donde los cruceristas... "Jo pare on vosté necesite", me respondió. Y así lo hizo.


Esto es lo que ocurrió. Los empleados de al EMT evidenciaron mucha profesionalidad. Tanto el conductor como la inspectora. Nunca transmitieron nervios al pasaje (ni al taxista), ejecutaron su protocolo de actuación en caso de accidente según toca y a tiempo. Estuvieron amables con nosotros y se nos habló en castellano o valenciano según la lengua en que nosotros les habláramos a ellos. 

Creo que está bien contar estas cosas. Son nuestro día a día. Sin cámaras ni ruedas de prensa en traje chaqueta. Es esta gente quien realmente hace funcionar los servicios. Las empresas. Públicas o privadas. Estos comportamientos provocan que uno vuelva a subirse al autobús o no. La calidad del servicio fideliza al usuario. También le hace crecer. Y yo quiero que quede constancia por esta gente de la línea '4'. 

martes, 29 de septiembre de 2015

Protégete del Efialtes de tu sector

     Me encontré la semana pasada con un antiguo profesor de tenis. De entrada diré que cruzarme con antiguos profesores me ilumina el día, qué quieren. Son personas que te dejan un poso enorme en la vida, pese al maltrato al que se somete su sector desde todos los ángulos posibles. Él fue de los mejores que tuve. Que yo no diera para más es otra historia. Le avalan grandes raquetas de nuestro país forjadas en sus horas de clase. Como todo aquel que ama lo que hace (¿hay otra manera de vivir?), sabe que debe mantenerse en forma y así lo hace. A nivel técnico, táctico, físico y psicológico asiste y organiza congresos, charlas y toda suerte de encuentros entre profesores, alumnos, jugadores de ATP, preparadores físicos, psicólogos, padres y cualquier elemento que influye en la compleja ecuación que determinará si un tenista se cuela entre los 100 jugadores de la ATP

   Me pido una cerveza. Él tiene prisa. Acaba de entrenar a dos chavales. Uno de ellos apunta muy alto, me dice en voz baja. Como guardando un secreto. Esperemos que no descarríe ni que lo hagan descarriar, añade. Al poco, dos chavales espigados aparecen de vestuarios. Son ellos. Junta su paso al suyo y marchan los tres. No sin antes compartir conmigo una reflexión que trasciende el tenis tanto como para coger de las solapas a esta maldita economía que hoy nos toca vivir. 

   Cuenta que un padre le pidió que bajara la tarifa de sus clases de tenis. "Hay profesores por ahí que cobraban la mitad”, le dijo. Me miró a los ojos y concluyó la historia. 

_Le di la mano y le dije ‘lo siento, yo no puedo cobrarte esto. Mucha suerte, que le vaya bien a tu hijo’…

   Yo lo entendí perfectamente. Con algunas clases de francés que me pidieron este verano sucedió algo similar y ni me molesté en regatear. Tantos años de estudios, de estancia en el extranjero, de invertir en las mejores universidades para autodevaluarte como si tu tiempo, tu esfuerzo, tu pasión, y por qué no decirlo, tu dinero (y tiempo atrás el de tu familia) no hubieran valido la pena. Así que aplaudí sus palabras.

_Bien hecho. Has entrenado a los mejores. Tú nivel de profesorado es alto y así debe ser.
_Mira Alejandro, yo sé que la economía está como está y que hay que adaptarse, pero lo que yo no puedo hacer es entregar toda mi vida a mitad de precio. Me asusta la competencia feroz que hay y los compañeros de profesión que dan clase por cuatro duros para meter a veinte chavales en la pista e ingresar más dinero... los chavales, nos olvidamos de cómo educamos a los chavales... 

   Cuento esto porque si queremos que se nos respete en nuestra profesión debemos respetarnos a nosotros mismos. Las tarifas deben adecuarse a la realidad del mercado, sí, pero jamás traspasar un nivel que transforme nuestro producto/servicio en una cosa que no es. En el ejemplo precedente es alguien ajeno a la realidad de la materia (un padre, al cual no le basta conocer los precios del mercado para saber cuánto cuesta formar a un profesional) quien regatea por un servicio. Está en su derecho. Como el profesor lo estuvo en declinar su propuesta en gesto de dignidad profesional. 

   Pero yo quiero ir hasta el final. Cuando se han tumbado todas las barreras. Cuando el enemigo ha sorteado todas las trincheras y se te mete en casa.  

   El profesional, decía, debe hacerse de respetar mediante un acto individual que conlleva consecuencias colectivas. Es un acto envolvente. Protegiéndose a sí mismo, custodia a todos sus compañeros. Desgraciadamente, este tren puede llevar distintos pasajeros. Así,  quien se envilece a sí mismo provoca una desprotección entre sus compañeros que lentamente termina arrojándoles a los pies de los caballos. Ejemplo de esto: hacer horas no remuneradas de manera sistemática o, peor aún, trabajar gratis (sí, he conocido estos casos en situaciones continuadas de hasta un año) alegando “es mi vida, tranquilo, tú haz lo que quieras con la tuya y déjame a mí hacer lo que yo quiera” genera agravios comparativos con unos compañeros que cumplen con su trabajo como se les pide. Como adquirieron en su contrato. 
   Quien se comporta de este modo egoísta, y lo peor aún, vil, es el que entrega el cuchillo con el que se apuñalara a sus semejantes. Es el Efialtés que señala el paso oculto a los persas para aniquilar a los 300. Y como él, es un acto premeditado. Su objetivo, envuelto en una oscura trama de aparente falsa irresponsabilidad, no es si no eliminar a la 'competencia'. Destruirte a ti haciendo que te destruya otro y salir él impune del asesinato (laboral) maquinado en su sucia mente y perpretado sólo hasta el instante de apretar el gatillo. Salvo hacer girar el tambor ha hecho todo lo demás. Que no te engañe. Él nunca contempló uniones, ni quiso asociaciones o colectivos. 

    Finalizao con esto que me ocurrió hace unos días. Compañeros del sector prensa. He tenido la cortesía de eliminar el medio de comunicación, aún cuando ellos no tuvieron el respeto de tratarme como un profesional. Sólo pido que se reflexione y recordad que vuestros gestos en la profesión tiene una movimiento envolvente. En vuestra mano está decidir en qué dirección.



viernes, 18 de septiembre de 2015

El 'selfie' o el YO que se olvida de que hay otros

Miércoles noche. Los padres de una de mis vecinas se han ido. La adolescente invita a sus amigos. Una de la mañana. Dos. Tres. Cuatro. Cinco y media de la madrugada. A eso hora quizá debiera decir ya de la mañana. Los amigos de la muchacha se despiden dando voces, queman neumáticos en la calzada y apuran las marchas sin saber que el camión de la basura asomará el cabezón en esa misma curva del final de la calle. Antes de esto, como ya imaginarán, el paquete premium; música (en el exterior de la vivienda, nótese el detalle) a todo trapo, petardos (estoy hablando del mes de agosto no de las Fallas) y cánticos/jaleos varios con micrófono de karaoke incluido. ¿Hará falta un micrófono para la terraza de una casa? 
Por fin, el silencio. 
    Ocho de la mañana, otro de mis vecinos (el de la cara Este) comienza a pasar la máquina expiradora de pinocha por todo el perímetro de la vivienda. No tiene sentido que siga en la cama. Me levanto con un solo objetivo en la mente de este cuerpo fatigado: que llegue el mediodía y pueda mendigar algo de sueño. A las 14.30 h, ya comido y con dura sensación de resaca marcho malhumorado a la cama. La falta de sueño, entiéndase. Paso del sofá. Necesito asegurarme la siesta. Sin luz. Sin ruido. Aislamiento recuperador. ¡Oh sorpresa, mis vecinos de la cara Sur han invitado a su familia de un pueblo del interior de Castellón a comer! Pese a la sofoquina que hace un mediodía de agosto en Valencia, deciden reunirse para comer en el exterior. Con la que está cayendo. 
    Pienso que no puede ir a peor la jornada. Tendré que aguantar hasta las postres. Doy vueltas en la cama de un lado a otro. La cabeza me zumba. El cuello y la espalda me sudan. Qué asco. Dan las 16 h. Tras los cafés, la peor noticia: hay la sobremesa. A las 19 h acabó el jolgorio, los brindis al sol y demás retos dinásticos. A esa hora no crean que el que firma este pequeño relato estival seguía en la cama tratando de conciliar el sueño. Qué va. Hacía mucho rato que había perdido la esperanza en ello, y desde luego, en el sentido común (por decirlo amablemente) de mis semejantes. Y, francamente, ya daba igual lo que ocurriera esta nueva noche en ciernes. Ya daba igual. Mi cuerpo estaba machacado y mi mente rendida. Ya me daba igual. 
    
   Lo peor de todo esto es que no puedes criticar porque siempre hay alguno (notarán quiénes, obviamente cualquiera de los protagonistas de arriba) que te salta al ataque con lo que eres un “amargado”. O ‘reprimido’. O qué sé yo. Cualquier ataque, porque cuando cuestionas la acción de tus semejantes parece que deberás recibir un ataque verbal de respuesta. Será las tertulias de la TV que han calado hondo. Mejor insultar que dialogar. El que suscribe ha montado fiestas en la adolescencia cuando nuestros padres se iban de fin de semana, ¿Qué creen? Pero jamás haríamos algo como lo de la hija de mis vecinos. Por tres motivos: por educación (éramos chavales pero no maleducados), por sentido común y por las peculiaridades del lugar (sólo los domingueros actúan sin pensar en las características de una zona donde un chillido se oye a varias manzanas de distancia).


    Y da igual que les digas que hay gente trabajadora que debe madrugar al día siguiente para sostener a una familia (en tiempos de crisis). O que quizá tengan a un bebé que necesite conciliar el sueño. O que tal vez tengas a un familiar enfermo que requiera de ciertas horas de reposo. Los hechos demuestran que no han barajado esto, claro. Y dicho esto, puede que hasta me digan algo así como “¡Pues váyase a una ermita y hallará esa paz!”. No. Mire, yo no quiero alejarme de la sociedad. Sólo deseo que la gente aprenda a convivir en ella. Que las fiestas, las tareas de jardinería y las celebraciones familiares está bien hacerlas, pero que si se hacen el fin de semana mejor. Hay veces que no es posible, lo sé. Pero si se puede, mejor. Y si las mismas se hacen en un horario razonable, mejor aún . Y si parte de esas celebraciones las terminas en el interior del domicilio a partir de cierta hora, mucho mejor aún chico.

    Escribo todo esto para recordar el porqué de las normas y las leyes. Cuando decidimos vivir en sociedad es porque decidimos someternos a cierta regulación que asegure el bienestar común. Las leyes surgen porque, desgraciadamente, el sentido común no es compartido. Y cuando no todos tenemos la misma visión de las cosas y algunos deciden que ‘su libertad’ es inviolable y hay que ‘respetarla’ a riesgo de convertirse quien no lo haga en un amargo, un dictador o vaya usted saber qué; en ese momento surgen las leyes. Y si no se cumplen, aparecen las fuerzas de la autoridad para hacerlas cumplir.

     En un reciente debate abierto en Linkedin a raíz de una foto de protocolo se venía a tocar uno poco esta misma idea. Les comento: era la foto oficial de presentación del Consell de la Generalitat Valenciana y en dicha foto hacía una valoración profesional de lo adecuado o no de la indumentaria escogida por los consejeros para la foto oficial de la Generalitat Valenciana (http://www.planabout.es/#/la-puesta-de-largo-de-una-junta-de-gobierno). Algunos compañeros de LinkedIn opinaron que cada consejero tenía ‘su’ libertad individual para ir como quisiera en esa foto. Que, incluso, si había parte de los valencianos que se identificaba con esa manera de vestir (protocolariamente incorrecta), debía convertirse automáticamente en la adecuada. Supongo que si uno quiere ir a la ópera en bañador y chanclas está en su derecho, pues nadie puede vulnerar la libertad individual de uno para hacerlo. Otra cosa es que le dejen entrar pese al pollo que monte en la puerta sobre ‘su’ libertad individual. O si uno decide entrar en un velatorio escuchando música del móvil. ¡Que nadie le coarte ‘su’ libertad por gozar de la música, es un melómano!

     Son ejemplos exagerados pero que se nutren de la misma línea argumental: imponer la manera de pensar de uno (o de unos pocos, en todo caso la minoría) a una sociedad en la que la mayoría se ha dado libremente unas leyes que deben ser respetadas. Y por supuesto, cumplidas. Estas leyes, repito, existen porque el sentido común en ocasiones es traspasado.

Si la mayoría ha establecido que en los actos de Gobierno procede cumplir ciertas normas _véase el protocolo_, habrá que respetar la voluntad de la sociedad en la que vives. Lo mismo ocurre para los horarios de trabajo, los horarios festivos, etc. Y si llegado el caso la mayoría decide que esas normas deban cambiarse, pues se cambiarán. Por supuesto. Para esto vivimos en democracia y libertad. Y en la misma, la mayoría decide con libertad cuáles son las pautas que deben seguirse para tratar de vivir en armonía. 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

La Playa de Valencia. Su Marina. Sus poblados.

      Anteayer fue lunes 14 de septiembre de 2015.  A última hora de la tarde se rozaban en Valencia los 30 grados. Soplaba un leve viento del Sur. Cielo muy despejado. Uno de esos días que la ciudad demuestra por qué de su luminosidad única en el mundo. Al Este, en el horizonte marítimo, caía suave un telón de finas capas rosáceas al tiempo que el sol iniciaba su triste marcha al interior de la península. Algunos barco se había dormido en el Mediterráneo. Tres o cuatro, no más. Tanto era el placer que ni se molestaban en orientar el velamen. El marinero quería acabar la jornada reposada, ya tendría tiempo de marchar a casa. Octubre estaba a la vuelta de la esquina, pero varios bañistas probaban suerte en la mar. Alguno hubo que rodeado de semejante placidez se entregó a la merced de las aguas. El vaivén de un perezoso Xaloc a duras penas agitaba la superficie marina. El bañista aprovecha para tumbarse boca arriba, 'haciendo el muerto', para prolongar el suave acunar del día. En esta postura recibía un húmedo golpeo infantil de periódicas olas sobre su nuca. Aletargado, con los pies mirando al Norte, alcanzaba a ver entre sus tobillos el puerto de Port Saplaya, los altos edificios de El Puig, las pequeñas jorobas de Puzol junto a la costa y, al fondo, los Altos Hornos de Sagunto.

    En la arena, lo de siempre. Parejas de enamorados conteniendo su pasión más mal que bien. Traspasándose sus miradas. De aquí para allá jubilados con su andar errático. El rostro de sufrimiento en la mayoría de deportistas completando un circuito que va de La Patacona al Puerto de Valencia y vuelta a empezar. A un lado del paseo marítimo, los deportistas juegan al fútbol-playa. Se divierten. Compiten. Clubes de baloncesto, atletismo y cualquier otra disciplina se citan en la orilla y preparan su partido del fin de semana. Parejas y solitarios pasean sus perros y animales. Una mujer camina seguida de un hurón. La gente le pregunta. Y extranjeros... mucho extranjeros. Se escucha hablar en italiano, francés, ruso, inglés y alemán. La gente se muestra feliz. Sin abrumar pero disuadiendo lo suficiente la Policía transita con su vehículo por entre los viandantes. Nadie se molesta. Aquí no hay malas caras. Los chiringuitos siguen abiertos. Mejor es decir que no cierras. Las jornadas maratonianas machacan a los camareros. Se les ve en las caras. Y se huele su sudor. Toca preparar las mesas de las cenas. En apenas una hora anochecería y los turistas impacientan su reglamentario aperitivo en la playa de Valencia.


El paseo de la Malvarrosa.


    Yo ya no veo suciedad en el paseo. Ni en la arena. Ni en la mar. El cambio ha sido brutal. Cualquiera valenciano con más de 30 años sabrá lo que es sortear jeringuillas en la arena y tampones usados al nadar. Así estuvo la Malvarrosa. Un vertedero al que nadie quería ir. La Valencia industrial, la Valencia techno ha dado paso a otra cara recién llegada.


      Ahora me quedan pendiente el Sur y el Oeste. Más allá de la caseta de Touristing Valencia, bajo las enormes banderas que custodian la entrada a la Marina Real desde el Paseo Neptuno... apenas se adentra un alma. Y eso que ni 100 metros separan el paraíso antes descrito del éxodo que ahora vamos a contar. Es uno de esos choques sorprendentes. Como Nápoles y Capri. La una enfrente de la otra, bajo el mismo sol, pero viviendo realidades muy distintas.
    El Marina Beach Club acabado a la carrera y frenado de golpe por temas administrativos (licencias). La gente lo señala y se pregunta cosas. Los lugareños seguimos padeciendo la Valencia de dos ritmos: el administrativo y el de la iniciativa privada. Con la temporada de verano casi acabada, ahí que padecemos el enésimo parón arquitectónico. Al menos este no es sine die. Se supone que se inaugurará 'a lo grande' el próximo verano. Pero como todo en esta ciudad, ya se verá. El parque infantil que da entrada al Norte de la Marina Real ha conseguido atraer familias y gente que pasea sus perros. Pero no hay vida comercial. Los restaurantes de esta parte Norte de la Marina Real, muy bien amueblados, con gastronomía competitiva y precios razonables pasan desapercibidos. Los camareros se miran los unos a los otros. Los encargados apuran las copas y fuman sin ganas mientras no se explican como hasta allí no acude nadie. ¿Y el tardeo, no era la nueva moda? No será allí. Como casi todas las tendencias en Valencia. No pasan por allí. La estampa de la Marina Real nada tiene que envidiar a la de cualquier bocana de capital de país. La brisa de septiembre en Valencia. La música que tanto apreciamos los valencianos. La temperatura del Mediterráneo. Todo. Pero nadie hay. El 'Cube', ese pub-pantalán, ideal para los 'after-works' de ahora, literalmente vacío. El camarero limpia afanoso la barra. Una y otra vez. No deja de sacarle brillo. Casi con rabia.
    ¿Son caros los alquileres de los locales en la Marina Real? ¿Por qué la Escuela Municipal de Vela de Valencia no dispone de más barcos, de más personal, de mayor espacio, de mejor y más promoción y publicidad? ¿Por qué los pocos negocios de náutica ahí establecidos lloran de emoción cuando se asoma algún (posible) cliente? ¿Por qué el centro de negocios en su totalidad radica tan alejado del mar? ¿Por qué no se facilita el transporte y aparcamiento hasta allí? ¿Por qué no pasa nada o casi nada en los Tinglados a lo largo del año (yo solo veo skaters y bikers practicar sus trucos antes de la cena)? Son preguntas que deben resolverse para tapar la boca a Blasco Ibañez. Si no, para darle la razón de que nuestra ciudad morirá viviendo de espaldas al mar.


Vista de los restaurantes de la zona norte de la Marina Real. Foto EMV.

    Y el Oeste. El Grao. El Cabanyal. El Canyameral. La Malvarrosa. El Cap de França. En definitiva, los poblados marítimos. Viene un nuevo plan urbanístico. La compleja situación de abrir la ciudad al mar respetando la idiosincrasia (negocios, arquitectura...) de quienes viven y se han críado en 'primera línea'. No sé si los Poblados Marítimos deben hacerse un peinado como lo ha hecho Ruzafa. Francamente, no lo sé. Ruzafa ha dejado parte de su identidad entre monociclos y libros de adorno en las estanterías de lugares públicos. Cerca del mar 'Casa Guillermo' se renueva. 'Casa Montaña' se torna lugar de 'selfies' y moderneo. El artista contracultural se hace fuerte con las tortillacas de 'La Peseta'. Todo eso está bien. Pero yo no cuento muchos más de media docena de locales que ninguna guía recomendaría por allí. Que alguno hay, sí. Pero alguno. Y tendrían que haber más. Y más diversificados en su oferta. Se asoman. Parece que se va a iniciar el movimiento. No lo sé. Es el barrio al que le toca lanzar el penalti de la tanda. A colocarla, suave y templada por la escuadra. O chupinazo al medio. Pero que entre. Luego vendrá Benimaclet, aunque yo creo que le tocará antes. Pero nunca acierto en mis previsiones.


 Una de las calles del Cabanyal . Foto 20minutos

lunes, 14 de septiembre de 2015

Transporte público

He aquí uno de mis caballos de batalla. El transporte público. La poca cultura que demostramos los valencianos al respecto, lo caro que se me antoja y su mejorable operatividad (horarios y atención). Por partes.

     Respeto a la escasa cultura de transporte público de la que hace gala Valencia. Por un lado, hay mucho gili que lo considera 'vulgar'. Como que es el transporte de los inmigrantes y/o gente de bajos recursos económicos. Esto, debo decir, ocurre por doquier. Afortunadamente para Valencia y desafortunadamente para la Humanidad. Amigos míos han pasado a ser conocidos en el momento en que al decirles que cogía el '90' para ir a la estación del AVE ponían cara de ¿vas de broma, no?. Porque aquí, querido lector, el personal saca el coche para ir a comprar el pan a la esquina. O cuando caen cuatro gotas, que es un gran clásico valenciano. ¿Nuestras distancias? A mi modo, es ésta una ciudad con tamaño ideal para vivir; realmente no estás obligado a coger vehículo ningún vehículo como en Madrid o Barcelona pero puedes presumir de ser 'gran ciudad'. Eso es una enorme ventaja. Y es plana. Como mi apellido. Además, gozamos de un tiempo, digamos poco favorable, tres meses al año. Entre diciembre y febrero. ¿Cuántas ciudades reúnen estas idílicas características en nuestro país? Pocas o casi ninguna. ¿Y qué quiere decir todo esto? Pues que si uno se lo propone, puede ir andando en no más de media hora a cualquier lugar a no ser que realmente deba ir a la otra punta de la ciudad. O tenga alguna dolencia física. O vaya muy cargado. Con mi abuela (Valencia, 1916-2011) cogíamos el '6' en la Calle Cádiz para ir a "la plaza del Caudillo" _cito textualmente, que nadie se me lleve las manos a la cabeza, que por aquí el personal está a la que salta_. No estaba tan lejos, apenas cruzar Germanías y poco más. Pero la pobre mujer tenía problemas en el pie. Por poner el ejemplo de la dolencia.
Y si me apuran, aquel que vive y trabaja en Valencia puede permitirse vivir sin coche y ahorrarse al año una enorme cantidad de gastos en seguro, garaje, aparcamientos (otro día hablaremos de la marcianada de las zonas azules o el 'pagar por aparcar en la vía pública), impuestos, mantenimiento, posibles infracciones, carburante.... Y si llegan las vacaciones o un puente y te apetece irte de escapada (en coche), pues te alquilas uno por los días que toque y arreando. Te ahorras esos gastos, esas preocupaciones y oxigenas el parque automovilístico de la ciudad. Es decir, lo haces por responsabilidad (pues habrá gente que aunque viva en Valencia sí que necesitará realmente el vehículo por viajes, transporte de mercancías, etc) y solidaridad. No quiero que el Ayuntamiento obligue a esto. Ni mucho menos. Sólo invito a la reflexión. Las leyes, los decretos y demás no harían falta cuando el sentido común y la solidaridad rigen la conducta del ciudadano.

     En relación a lo caro que es. Aquí dejo unas tablas de la EMT y MetroValencia. Para mí, tanto el billete sencillo del autobús como el del metro/tranvía no se ajusta a la vida de hoy (como lo es el del AVE, pero de eso ya hablaré otro día). Como tampoco el precio de un café en un bar. O de una copa en un pub. Conste. Pero hoy toca hablar de transporte público. Y lo que más me sorprende son las escasas y/o nulas alternativas ofrecidas al usuario respecto al billete sencillo. Nos mete a todos los usuarios en el mismo saco. En una sociedad de nacionalidades, no obstante, el cliente es único. Vaya.






La enorme franja/clase media de nuestro país (de 18 a 65 años) vuelve a ser castigada. Es la que mueve la máquina y a la que se le da las patadas en la boca. Tenemos una tasa de paro que marea. Como quiera que no encontré en las webs ayuda al desempleado escribí a la EMT, vía twitter, donde su CM  _que siempre ha respondido atento, educado, rápido y con cuanta información le he pedido y que desde aquí aplaudo_ confirmó mis sospechas. ¿¡Nula ayuda al desempleado en uno de los países con mayores desempleados de Europa?! De verdad que algo no va bien. No va nada bien, no.




Esta foto que subo ahora es de los precios de cine, no de transporte. Pero mi viene al pelo. A mi regreso de julio en La Sorbona puse por aquí los precios de las tarifas en los cines de la capital francesa. Lo hice con la voluntad de demostrar que si uno quiere que la gente vaya al cine puede poner facilidades. Mirad:



Contemplan media docena de situaciones distintas de usuario (además de los abonos con los que trató de paliar mi frustración el CM de la EMT): que si eres usuario en tal franja del día un precio distinto, que si eres el estudiante o aprendiz otro precio, por supuesto uno para todo desempleado, los menores de 14 años pagan una cosa y los menores de 18 años otra... Y eso que es una empresa privada. Los MK2 no son unos cines públicos de la Plaza Odeón de París. Si el sector privado hace ese esfuerzo, demuestra esa flexibilidad... ¿qué hace el transporte público de Valencia donde sólo hay UN tipo de billete sencillo (no hablo de bonos y tarjetas)?

     Finalmente quiero hablar de la operatividad. No me gusta que el conductor de la EMT tenga que vender billetes. Lo diré una y mil veces. Pone en riesgo su integridad física y la de todos sus usuarios. En Italia, que también tienen sus cosas pero donde el transporte férreo y de autobuses en ciudad funciona muy bien, el billete se compra en los lugares indicados para ello (estancos). Así, el conductor no hace más que conducir, como bien indica su nombre. En Valencia, a fin de cumplir los horarios de paso, he visto muchas veces al conductor tomar un giro a una mano mientras que con la otra busca el cambio para un cliente. Un ojo en la caja y otro en la calzada. Riesgo.
Y ahora hablaré de MetroValencia. ¿Cómo quieren que la gente del área metropolitana utilice su servicio cuando, además de no ser precisamente barato, ofrece una frecuencia de paso y unas horas de inicio-fin que sólo beneficia a los que viven a no más de 5 km de la ciudad? Luego vienen las campañas de la DGT de no cojas el coche cuando bebas. ¿Qué va a coger el que vive en Benissanó para volver de fiesta cuando el Metro dejó de pasar antes de medianoche y no volverá a llegar hasta el alba? El taxi, claro. Como que estamos para taxis. Eso sí, puedes prolongar la 'fiestukis' mientras aguantes hasta la aurora, porque el alba en la Malvarrosa es muy poética y tal. Eso sí olvídate de coger el Metro, antes, pues de camino al Camp del Túria (por seguir con el ejemplo) no aparecerán los cinco vagones a las 2 AM. Ni a las 3 AM. Ni a las ... En fin. Que ya sé que esto conlleva un gasto (técnicos, vigilantes, conductores...) ¿qué se creen? Pues que se redistribuyan los gastos para fomentar el transporte público. Que luego llegan los días de partido en Mestalla y los alrededores de los campos del Valencia CF son un espectáculo. La Policía Local haciendo la vista gorda, etc. Con mejor transporte público esto ocurrirá, claro, pero en mucha menor medida. La gente de los pueblos, sin horarios ni frecuencia de paso en transporte público, se ve obligada a coger su vehículo. Y luego a  aparcar donde pueda. A 'controlarse' con el alcohol. Y a tratar de llegar antes que el que vive en el Paseo Ruzafa y coge el coche para ir a Mestalla colapsando la salida a Barcelona, Ronda Norte, etc.


    Los vecinos de Valencia deben reflexionar sobre esto y avanzar lentamente hacia el transporte público. Y el Ayuntamiento y la Generalitat haría bien en dar un paso al frente y ponerse al servicio de sus vecinos. Lo digo porque peatonalizar las calles y limitarlas a 30 km/h está muy bien. Pero la estrategia debe ser mucho más amplia que el '¡coge el autobús'!. Comunica, sí. Pero piensa en el usuario. Facilítale las cosas. Hagamos que el movimiento sea absoluto.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Una historia de violencia

No tengo datos sobre si lo que sucede en este vídeo tiene lugar en el transporte público parisino. Diría que tiene toda la pinta. En Francia, desde luego. Y tampoco sé si los protagonistas se conocían previamente y la cosa venía de largo. No lo sé. Aunque diría que no. Como quiera que sólo he podido colgar el enlace del vídeo a través de este post de Facebook , os explico brevemente qué sucede en caso de que vídeo desaparezca con el correr de los días: en un autobús de línea un grupo de jóvenes empiezan a provocar a otro (al parecer) sin venir a cuento. El provocado no responde a las provocaciones hasta que terminan dándole una paliza en el mismo autobús. El resto de pasajeros, horrorizados, se alejan o se quedan petrificados mirando la escena. Sólo uno interviene. También es apaleado. Y otro, que se queda mirando descaradamente, también se lleva lo suyo. El joven apaleado se fue refugiando, entre la tunda de golpes y como puede, hasta la cabina del conductor al que le ruega vaya al hospital. Una vez los delincuentes marchan los pasajeros recriminan al conductor no haber hecho nada ("¿¡qué podía hacer yo?!", les responde el chófer). He aquí el vídeo, he tenido que poner el enlace directamente a FB, lo siento, no he hallado el vídeo limpio en otro lado:

https://www.facebook.com/bulent2626/videos/910593672347267/?fref=nf


Reflexión 1. El protagonista y la turba. Causas. La imagen del bien limitado
Entiendo que el 'error' del joven quizá radique en una vestimenta discordante (una bufanda ancha y colgando) al resto de pasajeros del autobús. Más en concreto al de la turba. Por otro lado, su postura y/o ubicación en el transporte: relajado y en medio del pasillo. A ojos de todo. Los delincuentes hacen la siguiente lectura: este viene aquí a alardear de la pasta que tiene, de lo feliz y relajado que vive y además se pone en los medios (como se dicen en el toreo) para que todos le veamos. Pues se va a enterar. Paliza. Es posible que otros pasajeros llevaran ropas más caras. Pero en ese autobús no se les notaba. Y ningún otro iba cogido de las barandilla superiores ni se había colocado en mitad del pasillo. Todos agazapados y quietecitos en los laterales y con la mirada ausente. Cuanto aquí ocurre rescata el concepto que los antropólogos acuñaron como la imagen del bien limitado. A saber; unque tengas más posesiones (más conocimientos, más amigos... en definitiva, más de lo que sea) que los demás, más te vale no demostrarlo. Si el resto de la tribu detecta que es así, te expulsará. Te castigará. Debes disimular tus excedentes, ocultarlos. Y esto es un buen ejemplo de lo que ocurre todos los días a nuestro alrededor. Al ser un caso de violencia física resulta más obvio. Pero se repiten por doquier con violencia verbal, presión psicológica, 'mobbing' laboral... Gente a la que se arrincona en un trabajo o se despide por demostrar estar más preparado que el nivel medio del entorno. ¿Les suena? Yo estoy harto de verlo. La envidia ha fagocitado la cooperación y la voluntad de mejora/aprendizaje en nuestros semejantes. El idílico 'sé tú mismo allá donde vayas' puede llevarte al hospital. O al paro. O al cementerio. En sociedad, por supervivencia, uno termina mimetizándose con su entorno. Y en este acto de ocultamiento provoca una renuncia de sí mismo. El miedo a la expulsión del grupo, al castigo, es superior a la libre afirmación de sí mismo. Darwin le gana el pulso a Nietzsche. Así, sólo en su intimidad, o en su entorno de allegados más íntimos, puede comportarse como realmente es. El filósofo alemán, precisamente, anticipaba ya que si uno quiere correr por delante del toro lo más posible es que termine siendo corneado.



Ilustración. 'Sons of anarchy'


Reflexión 2. 1. Ética. El resto de pasajeros. Acción y/o pasividad.
Un solo hombre tratar de detener la paliza. El mismo, enseguida, es apaleado también por la turba. No todo el mundo sabe cómo comportarse ante la violencia. El miedo al horror puede paralizar las piernas, el habla... en definitiva, la acción. A cualquiera. El instinto es imprevisible y la naturaleza real de cada uno aflora cuando es llamada por el instinto. Este valiente es de esas pocas personas con temple para reaccionar ante algo tan descarnado (y en un espacio físico tan reducido, lo que resulta aún más violento, por cierto). Sabedor que por sí solo no iba a detener a los cuatro o cinco delincuentes, se mete en la pelea. Eso es valentía y no arrojarse por un puente colgado de los pies para subirlo a Youtube. Le llovieron golpes por tratar de defender al indefenso. Como al Padre Jofré. Pero podía haberle caído una puñalada o recibir un golpe mortal. Cuántas veces hemos leído de un tercero que por meterse en una pelea 'que no iba con él' ha terminado muriendo. Menudo fin, ¿no? Jugarte la vida por 'otro' al que nada te une más que tu condición de ser humano... y tu sentido del deber. Mejor no me meto. Es duro que golpeen a un ser humano, pero más duro es que me golpen a mí. Esa es la ética. Primero el uno, luego todo lo demás. El entregarse a los demás, morir por lo demás, quedó en la época de Cristo. O en el Código de Caballería. Nuestra sociedad es solidaria de sofá; denunciar tropelías, posicionarte, comprometerte... a golpe de RT y de 'me gusta'. Pero jamás abandonaré mi burbuja para salir al exterior, no haré una 'fuga de Logan' que me haga perder mi situación de confort. El posmodernismo ha empujado a Rousseau por el precipicio de la Turning Torso.

"¿¡Qué podía hacer yo?!", responde el conductor cuando el resto de pasajeros le recrimina su actitud (una vez que los delincuentes se han marchado, claro). En el vídeo se observaba cómo el chófer gritaba a los delincuentes para que cesaran con la paliza ("¡Parad, ya está bien, ¿no?!) e incluso estira un brazo para tratar de detenerles (con el otro debe mantener cogido el volante por el bien de todos). El ciudadano del siglo XXI tiende a responsabilizar a otro individuo de los males generales. De los males antes los que, por otra parte, cualquier individuo puede tomar partido para tratar de remediar. Pero es más fácil llamar a mamá para que te limpie el culo que limpiártelo tú. Nos hemos hecho bebés. Mamá es quien hará todo y a quien responsabilizar de todo. Se han perdido los adultos. Ni qué decir donde queda ya la frase de JFK: "No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país". Bueno sí, en los azucarillos o en las JPG que la gente pega y comparte por redes sociales. Que siempre queda muy bien. Y no pasas frío.

Reflexión 2. 1. Ética. La mano dulce.
En este tipo de situaciones violentas, que en la mayoría de los casos suelen protagonizar varones (aunque me sorprende ver ya vídeo escolares con chicas golpeándose entre sí), echo en falta el concurso de las mujeres. No quiero que ninguna mujer se meta en ninguna pelea, que nadie me entienda mal. Lo que digo es que un varón responde ante la presencia de otro varón con aumento de agresividad. Es algo hormonal. Pero la presencia femenina rebaja la tensión. Dulcifica el momento. Ocurrirá, pero no será frecuente, que un varón golpee a una mujer que se meta en una pelea. Es por esto que reclamo el papel de ella como mediadoras. Les ruego que llegados este caso, tengan valentía y tomen partido, pues ellas tendrán mayor éxito que ellos.


martes, 25 de agosto de 2015

Cómo odiar París

Durante mi periodo estival en La Sorbona me alojé en un hotelucho regentado por tres magrebís. No era para volverse loco (lo limpiaban ellos mismos, no tenía ascensor, la moqueta ofrecía un aspecto preocupante) pero su ubicación compensaba todo lo demás. Estaba en el VI Arrondissement. París se divide así, por 'arrondissements'. Como pequeños barrios identificados por números. Los franceses son muy pitagóricos en su ordenamiento. Al este, a sólo dos calles, podía llegar caminando a cada mañana a la universidad. Y tan sólo una calle más allá de ésta, el Barrio Latino. En la parte de atrás, se desplegaba la vibrante Plaza Odeón, atravesada en dos por el concurrido Bulevar Saint Germain. Enfrente, a tres calles, el río Sena delimitaba este lado de la ciudad. Desde el balcón de mi cuarto veía lo alto de Nôtre Dame. Y a mis pies, el ir y venir de gente y grupos de músicos que a cada atardecer se instalaban en el cruce de cuatro esquinas de mi edificio. Como verán, la localización era casi inmejorable.

      Todas las noches salía al tuntún en busca de algún bareto de aspecto decente y precios asequibles. Mis cenas eran frugales y muy breves, como no puede ser de otra manera cuando uno no tiene compañía y además debe administrar bien su dinero. Luego, erraba una media hora por las calles. Esto me servía para bajar la cena e ir al encuentro de nuevos rincones. Así, cada noche cenaba en un lugar y luego paseaba en dirección opuesta a la víspera.
    De regreso al hotel una noche, atravesando la Plaza Odeón, cuando ya daba por finalizado mi reglamentario paseo de medianoche, vi a una mujer con dos niñas sentadas en la calle a las que nadie prestaba atención. La mujer pedía limosna sin demasiada insistencia. El personal cruzaba de acera o pasaba por el extremo más alejado de ellas. Yo me encontraba a una sola manzana de mi hotel. Me detuve. Quise contemplar a ciertos pasos de distancia la indiferencia de lugareños y turistas para con esta mujer y sus dos hijas abandonadas por la vida.
    Los parisinos iban y venían. Ellos, con sus gafas a la moda, sus vaqueros de marca y sus americanas de entretiempo abiertas al vuelo. Ellas, con sus pelos recogidos en un falso-improvisado recogido de pelo. Finas y elegantes como son las mujeres en París. Más grupos de amigos que parejas poblaban las terrazas en este caluroso julio de la capital francesa. Superados de largo los 20 grados, de las calles brotaban banquetas altas, taburetes, sillas y sillones donde se discutía de la educación nacional y de las crisis internacionales a golpe de copas a 15 euros. Los cigarros se encendían y apagaban. Como los móviles. Nadie se detenía algún rato en silencio a mirar. A contemplar el entorno. A reparar en esta mujer y sus dos hijas.

      Yo no sé si cuando uno marcha al extranjero se sensibiliza más con estas situaciones. No sé si en Valencia hubiera reaccionado igual. Francamente, no lo sé. Pero no entendía como nadie allí atendía a tres seres humanos en condiciones infrahumanas (*). Me aproximé. La hija mayor tenía unos cuatro años. Un poco más que mi hija. Iba de aquí para allí alrededor de su madre e hijas, sentadas en la acera. Sucia. Con harapos. Pero alegre. No consciente de la gravedad de la situación. La época más hermosa que el ser humano podemos tener. La piel se me puso de gallina. De inmediato me puse en el lugar de la madre, que estaba allí, mirándome fatigada con no más de 25 o 27 años. Y me vi a mí. La nena harapienta y despeinada era mi hija. Tenían la misma alegría. La misma ausencia de memoria forjadura de un aprendizaje superior del momento y las situaciones. La pequeña tendría unos pocos meses. Era la que peor estaba. No dejaba de toser y llorar. Su tos sonaba muy mal. Cualquier otra madre hace días la hubiera llevado de urgencias. Pero esta madre, que podría pasar perfectamente por una francesa (rubia, ojos azules, piel blanca y gestos faciales suaves, alargados y ligeramente redondeados), la sujetaba resignada en brazos, acunándola cuando el llanto se hacía demasiado agudo.
Eran del Este de Europa.

-¿No irá a pasar la noche en la calle, verdad?
_Oui
Tenía que hacer algo. Días atrás vi un Carrefour Express, de los que abre hasta las 23.30 h. Si apretaba el paso aún podría llegar.
-Espera aquí.
Marché con paso de lobo. Cuando uno es padre ya sabe en que pasillos se encuentran los productos infantiles. Tardé poco en comprar comida para ella, comida para su hija mayor, comida para la pequeña (afortunadamente ya soy padre y sé qué se come con pocos meses de vida) y productos de higiene personal. El cajero, más acostumbrado al paso por la cinta de botellas de alcohol a esas horas, levantó con fatiga la mirada y me cobró. Luego apagó la caja y dio una orden al vigilante de seguridad. Cuando salía del 'súper' las luces se apagaron tras de mí.


París, julio 2015. Foto propia


      Feliz, regresé a la Plaza Odeón. Durante la marcha, con el botín de auxilio en ambas manos me puse a pensar en los parisinos. Y les odié. Su actitud academicista incapaz de ayudar al prójimo en sus propias narices. Odié el Siglo de las Luces. La Enciclopedia. ¿De qué servía todo eso cuando luego la realidad de la calle nos les hace mover un dedo? Les maldije por consentir algo así. A punto de alcanzar de regreso la Plaza Odeón se me ocurrió a la mujer ofrecerle mi cama. ¿Cómo permitir que una mujer y sus dos hijas duerman a ras teniendo yo un techo? Pero al instante sucedió lo peor; temí que pudiera pensar otra cosa de mi ofrecimiento. Entonces pensé: yo, un hombre solitario, invitándola a subir a mi habitación. Dudé. Luego también pensé en mi mujer cuando le contara esta historia. Supongo que ella lo hubiera entendido. Supongo, claro. Y de pronto vi cómo el velero humanitario era torpedeado una y otra vez, desde distintos ángulos, por la moralidad, por los miedos, por la desconfianza, por los prejuicios. Por tantas y tantas cosas. Los torpedos escupían fuego sin parar hacia mi velero. Lo hicieron añicos. En unos segundos no quedaba ya nada de él.

      Cuando llegué a ella no abrí la boca. Estiré las manos y le dejé las bolsas a su lado. Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa.
-Merci.

De vuelta al hotel y toda esa noche dejé de odiar a los franceses para odiarme también a mí mismo.



(*) días después descubriría que en bajo los puentes del Sena, a la altura de la Biblioteca Nacional, existe una auténtico poblado de indigente acampados. Algo extraordinario. Allí acuden profesores solidarios con pizarras de mano para enseñar inglés a estos inmigrantes, en su mayoría, africanos. Lo que más me sorprendió es que justos dos semanas después terminé de leer 'Sin blanca en París y Londres', donde Orwell ya hace mención a este mismo improvisado poblado bajo el Sena. Concluyo que ciudadanos y Ayuntamiento dan por aceptado, asumido y no-querido-resolver en décadas esta situación.

jueves, 23 de julio de 2015

El decano de Filosofía

Me he vuelto a colar en un despacho. En el del decano de la Facultad de Filosofía (y Ciencias de la Educación) de la Universitat de València. Bueno, no me he colado. Digamos que no tenía pensado entrar. Ni había pedido cita. En fin que pasaba por ahí, vi la puerta abierta, di los buenos días y el decano se levantó de la butaca para que tomara asiento frente a la suya.
Dejé mi bandolera y el casco de la moto en el sofá de la entrada. Avanzamos a la par, y nos sentamos.
_Pues usted dirá.
¿Diré el qué? Yo no tenía prevista charla alguna. El que suscribe había ido a recoger unas fotocopias y ya está. Ocurre que la curiosidad del periodista hace que muchas veces uno husmee por pasillos, escaleras y plantas sin rumbo alguno. El caso es que vi una puerta abierta de la primera planta. Al lado, el cartel: Decano. Ni me fijé en el nombre. De hecho, lo tuve que mirar al irme para completar este artículo. Un hombre, al fondo, centraba su atención frente al ordenador. Esquinado, junto a un enorme ventanal que da al patio de entrada de Blasco Ibáñez. Yo me atreví a atravesar el umbral del despacho y arrojé un alegre "Buenos días".
El decano se giró. Me miró. No me reconocería. Ni yo a él. No nos conocíamos. Ni sabíamos como se llamaba cada uno. Sonrío y luego vino lo que sigue.
Charlamos de educación, de filosofía, del precio de las matrículas, de la política educativa actual y de la que puede venir, de la rebeldía de los alumnos y el comportamiento de los profesores. A veces uno se reclinaba sobre la butaca. Otras, apoyaba los brazos sobre la mesa. Debíamos llevar unos buenos 45' cuando entendí que quizá estaba abusando de su hospitalidad. Me despedí muy agradecido.
Jesús Alcolea hizo lo que yo creo que deben hacer las iglesias y las bibliotecas de todo el mundo: mantener sus puertas siempre abiertas para que cualquiera pueda entrar y reflexionar.

jueves, 16 de julio de 2015

No acudir a una cita, no devolver una llamada

Hoy me han dejado tirado en una cita. Y ya van tres veces en mi vida. Dos mujeres y un hombre. De distinto color político y edad similar. Por si puedo contribuir a algún estudio estadístico.

He esperado 20' de cortesía, solo en un bar (o donde se haya quedado), después de haber adecuado mi agenda personal y profesional para acudir a un lugar que no me pilla ni de paso. Transcurrido ese tiempo, le he comunicado a la figura ausente vía wasup que me iba. De inmediato, ha saltado como un resorte el automatismo del trabajo (ya saben, "es que tengo mucho trabajo", "es que se me ha amontonado la faena", bla bla bla) a modo de atenuante. Eso ocurre mucho por aquí. Por España, digo.
El "es que voy superliado, tú ya sabes" se ha convertido en el "yo lo había hecho, se lo prometo seño, pero el perro se me ha comido los deberes" del alumno irresponsable que ha llegado a la edad adulta. Y así uno queda libre de pecado. La bula neocapitalista, entiendo. O algo así. Francamente, no sé. Y digo no sé porque no llego a entender cómo con la desbordante capacidad comunicativa inmediata de hoy en día (llamada, sms, wasup, line, telegram, privado por RRSS, mail... ) no avisas del retraso.
En caso de que el retraso sea tan mayúsculo que consideres mejor anularla la cita, avisa igualmente y propón una alternativa (a la que por supuesto te amoldarás y pagarás lo que se tome en la mesa a cuenta del trastorno de agendas que has ocasionado).


Tal vez en la era pretecnológica los desplantes ocurrían menos. Tiempo atrás quedabas con una persona tal día en un lugar y habida cuenta que era imposible avisar de cualquier retraso, ya te las ingeniabas para organizarte el tiempo con garantía suficiente ante imprevistos. Pero eso se antoja otro debate. No es que vaya de nostálgico ni mucho menos. Aquí el asunto es otro.

Yo, como todos, poseo defectos, pero jamás he dejado tirado a nadie y siempre he devuelto cualquier llamado que me han hecho. Y si he dicho te llamo mañana, siempre he llamado mañana. Y si el lunes, pues el lunes. Si alguna vez me ocurriera, porque uno no puede decir jamás en la vida me pasará, se me caería la cara de vergüenza y llamaría a esa persona invitándole a comer para disculpar mi falta. Soy del pensamiento de que cuando uno incumple su palabra desprende cierto tufo a azufre profesional (y por ende, personal) del que ya es difícil que se desprenda. Y digo profesional porque sacar de la chistera el conejo del "es que voy superliado, tú ya sabes" me parece una metedura de pata laboral grave dado que evidencia una falta de organización y/o de previsión. Indica que la persona no sabe organizarse el trabajo y que éste se le amontona. Mal. Y si además no avisa del retraso, peor aún.

Desde finales del siglo XX la gente va cada vez más a la suya. Hace largo que el individuo dejó de pensar en el Otro. Ni en partido. Ni en club. Ni en país. Ni en universal. Ni en Humanidad. Soy yo, yo y yo. No quiero hacer de esto un ensayo postmodernista, porque creo que la realidad es mucho más sencilla por más que le duela al que han dejado tirado. A mí, en este caso. Y es que no eras importante para esa persona. Así de claro.

sábado, 28 de marzo de 2015

Retro Valencia (1) BEER

Retro Valencia (1)

‘Beer’ el pub decano de Cánovas era un lavadero de motos

El mítico garito, que celebra 30 años, casi cierra hace unos meses


       El 6 de marzo de 1985 abrió sus puertas ‘Beer’, el pub más longevo que hoy en día existe en Cánovas, una de las zonas de ocio de Valencia. Pese a la crisis, este entorno que alumbra la Gran Vía junto al río, se mantiene. Pero no sus garitos de toda la vida. 
    De perfil de cliente siempre ‘bien’ a ‘bien  alto’ (según épocas), la plaza se ha dividido tradicionalmente en dos medio-círculos separados por la Gran Vía Marqués del Túria. Camino al río, a la izquierda, coronada por garitos de treinteañeros en adelante (‘Plaza’, a la cabeza). A la derecha, de adolescentes a jóvenes de menos de 40, diríase. Pero tanto en una parte como en la otra el tiempo ha hecho mella, y así los ‘Liverpool’, ‘Rue 13’, ‘Panamá’ (la lista es inmensa) han ido claudicando. ‘Beer’, el abuelo que ha ido jubilándolos a todos. 
    Este segundo homenaje (el primero lo hice ya en una columna de opinión e el periódico Las Provincias a finales de los años 90’) viene por la alarma desatada al ver un cartel de ‘Se traspasa’ recibido por wasup cortesía de mí amigo Diego Picó.




El que firma pensó: "Si ‘Beer’ chapa, todo se va a la mierda". Acudo al lugar con la esperanza de encontrarme con el amo, que casi siempre está. El cartel ha desaparecido. Bien. Además el amo está en el local. Mejor aún. Entro y le estrecho la mano: “Dioni (López Ferrer) sal de la barra y siéntate a mi lado que me vas a contar qué ha estado a punto de suceder”. 
La charla da para mucho, así que me permito transcribirla (con el permiso de Dioni) a fin de dar luz al brillante palmarés de la noche valenciana.

_¿De verdad que ibas a cerrar?
_Tuve una época de ‘bajón’. Ya sabes que las cosas no van bien en general, pero luego se sumó que la camarera que tenía tampoco respondía como esperaba y... en fin, me dio el bajón. Pero ahora está una chica nueva que además tiene las ganas de coger riendas en el negocio. Y quité el cartel.
_Tomé mi primera cerveza aquí a finales de los 80’. ¿Antes ya te dedicabas a esto?
_Yo trabajaba en Aduanas en el Puerto de Valencia, donde acabé de apoderado. Luego abrí un lavadero de motos, el ‘Boxes’. Es este mismo bajo en el que estamos ahora. ‘Beer’ antes era un lavadero de motos que me traspasaron.
_De las motos a la cerveza.
_ Bueno, yo de mis viajes iba conociendo muchas marcas de cerveza y a mí es algo que siempre me ha gustado. Llegué a tener hasta 50 marcas distintas.
_En aquel arranque de finales de los 80’ Valencia era capital de España.
_Fue la época gloriosa de Valencia y de ‘Beer’, claro. Desde el 87 al 92. Lo que llamaban ‘ruta del bakalao’ arrancaba el miércoles noche en ‘Beer’. Yo no sé la caja que podríamos hacer, es muy difícil de calcular... no me acuerdo. Pero esos años era una pasada trabajar en la noche valenciana. Los años 87-88-89 fue la época fuerte de la borrachera y del buen rollo.
_La época de los recreativos: Spider por Bachiller, los Serrano y Balanzá en el Paseo Ruzafa, Krypon y Gamma en Cánovas... (interrumpe)
_¡Krypon lo monté yo! Vi que el tema de los recreativos estaba de moda y lo puse en marcha. Yo he montado muchos negocios: recreativos, energías renovables,  pollos a l’ast... pero ‘Beer’ ha sido siempre la casa madre.
_Luego la cosa ha ido subiendo y bajando.
_Ahora hay una crisis gorda, pero en el 92-93 hasta el 97-98 también se resintió algo la noche en Valencia. El problema es que justo después, cuando la cosa remontaba, nos vino las obras del aparcamiento de Cánovas. Hasta diciembre 2008 con las p... obras. De todos modos desde 2006 la cosa ha ido cada año a menos.
_Las obras, la crisis... pero también los horarios de cierre y la prohibición de fumar.
_Todo ha contribuido, sí. Aquí antes se cerraba a las cinco de la mañana. Yo tenía que abrir las dos puertas de par en par y dar voces para que la gente se fuera a su casa.
_‘Beer’ abría todos los días. Increíble.
_Ahora los domingos no. Pero eso hace muy poco.
_¿Y el fútbol en el pub?
_Calla calla... ahora cada plataforma te pide 200 pavos. Y no da todos los partidos, por lo que has de pagar las dos y la cosa se te dispara. Luego al usuario en casa apenas le cuesta 20 euros. Es de locos...
_Perdona, antes he pedido una Pilsner Urquel pero ya no tenéis.
_Bueno, tenemos unas cuentas (enumera una docena) pero el medio centenar que llegamos a tener no.
-Aquí se ha bebido mucha cerveza. De todas las marcas, pero también tamaños...
_Ten en cuenta que ‘Beer’ fue la sede de la Asociación de Cerveceros Española durante más de 15 años. Aquí, en Valencia, no en Madrid ni Barcelona. La sede nacional estaba aquí.
_Lo decía también por esas jarras grandes de ‘Beer’. Eran todo un clásico de Valencia.
_Cada una me costaba unas 600 pesetas. Y la gente me las mangaba (nota del entrevistador: confieso que mangué una, adjunto foto, pero la vergüenza y el escaso valor me impide reconocerlo en el momento de la entrevista) así que terminé pidiendo el DNI o las llaves cada vez que servía una.




_Y cubateo.
_También. En los 80’ y principios de los 90’ se tomaba mucho whisky-cola o con ‘ginger-ale’. La gente cubateaba mucho a partir del jueves.
_Ahora los chavales consumen menos.
_Mira, aquí el cubata cuesta cinco pavos y muchas veces con chupito gratis. Y ofertas 3x2. Ahora el problema es que te chulean. La gente no tiene dinero. Antes el padre le daba mil pelas todos los viernes al niño, y ese dinero daba para mucho. La pasta circulaba...



La música de fondo termina. Dioni se levanta y pone el ‘Night train’ de Kadoc (https://youtu.be/ojs7U8rDPkg).