viernes, 18 de septiembre de 2015

El 'selfie' o el YO que se olvida de que hay otros

Miércoles noche. Los padres de una de mis vecinas se han ido. La adolescente invita a sus amigos. Una de la mañana. Dos. Tres. Cuatro. Cinco y media de la madrugada. A eso hora quizá debiera decir ya de la mañana. Los amigos de la muchacha se despiden dando voces, queman neumáticos en la calzada y apuran las marchas sin saber que el camión de la basura asomará el cabezón en esa misma curva del final de la calle. Antes de esto, como ya imaginarán, el paquete premium; música (en el exterior de la vivienda, nótese el detalle) a todo trapo, petardos (estoy hablando del mes de agosto no de las Fallas) y cánticos/jaleos varios con micrófono de karaoke incluido. ¿Hará falta un micrófono para la terraza de una casa? 
Por fin, el silencio. 
    Ocho de la mañana, otro de mis vecinos (el de la cara Este) comienza a pasar la máquina expiradora de pinocha por todo el perímetro de la vivienda. No tiene sentido que siga en la cama. Me levanto con un solo objetivo en la mente de este cuerpo fatigado: que llegue el mediodía y pueda mendigar algo de sueño. A las 14.30 h, ya comido y con dura sensación de resaca marcho malhumorado a la cama. La falta de sueño, entiéndase. Paso del sofá. Necesito asegurarme la siesta. Sin luz. Sin ruido. Aislamiento recuperador. ¡Oh sorpresa, mis vecinos de la cara Sur han invitado a su familia de un pueblo del interior de Castellón a comer! Pese a la sofoquina que hace un mediodía de agosto en Valencia, deciden reunirse para comer en el exterior. Con la que está cayendo. 
    Pienso que no puede ir a peor la jornada. Tendré que aguantar hasta las postres. Doy vueltas en la cama de un lado a otro. La cabeza me zumba. El cuello y la espalda me sudan. Qué asco. Dan las 16 h. Tras los cafés, la peor noticia: hay la sobremesa. A las 19 h acabó el jolgorio, los brindis al sol y demás retos dinásticos. A esa hora no crean que el que firma este pequeño relato estival seguía en la cama tratando de conciliar el sueño. Qué va. Hacía mucho rato que había perdido la esperanza en ello, y desde luego, en el sentido común (por decirlo amablemente) de mis semejantes. Y, francamente, ya daba igual lo que ocurriera esta nueva noche en ciernes. Ya daba igual. Mi cuerpo estaba machacado y mi mente rendida. Ya me daba igual. 
    
   Lo peor de todo esto es que no puedes criticar porque siempre hay alguno (notarán quiénes, obviamente cualquiera de los protagonistas de arriba) que te salta al ataque con lo que eres un “amargado”. O ‘reprimido’. O qué sé yo. Cualquier ataque, porque cuando cuestionas la acción de tus semejantes parece que deberás recibir un ataque verbal de respuesta. Será las tertulias de la TV que han calado hondo. Mejor insultar que dialogar. El que suscribe ha montado fiestas en la adolescencia cuando nuestros padres se iban de fin de semana, ¿Qué creen? Pero jamás haríamos algo como lo de la hija de mis vecinos. Por tres motivos: por educación (éramos chavales pero no maleducados), por sentido común y por las peculiaridades del lugar (sólo los domingueros actúan sin pensar en las características de una zona donde un chillido se oye a varias manzanas de distancia).


    Y da igual que les digas que hay gente trabajadora que debe madrugar al día siguiente para sostener a una familia (en tiempos de crisis). O que quizá tengan a un bebé que necesite conciliar el sueño. O que tal vez tengas a un familiar enfermo que requiera de ciertas horas de reposo. Los hechos demuestran que no han barajado esto, claro. Y dicho esto, puede que hasta me digan algo así como “¡Pues váyase a una ermita y hallará esa paz!”. No. Mire, yo no quiero alejarme de la sociedad. Sólo deseo que la gente aprenda a convivir en ella. Que las fiestas, las tareas de jardinería y las celebraciones familiares está bien hacerlas, pero que si se hacen el fin de semana mejor. Hay veces que no es posible, lo sé. Pero si se puede, mejor. Y si las mismas se hacen en un horario razonable, mejor aún . Y si parte de esas celebraciones las terminas en el interior del domicilio a partir de cierta hora, mucho mejor aún chico.

    Escribo todo esto para recordar el porqué de las normas y las leyes. Cuando decidimos vivir en sociedad es porque decidimos someternos a cierta regulación que asegure el bienestar común. Las leyes surgen porque, desgraciadamente, el sentido común no es compartido. Y cuando no todos tenemos la misma visión de las cosas y algunos deciden que ‘su libertad’ es inviolable y hay que ‘respetarla’ a riesgo de convertirse quien no lo haga en un amargo, un dictador o vaya usted saber qué; en ese momento surgen las leyes. Y si no se cumplen, aparecen las fuerzas de la autoridad para hacerlas cumplir.

     En un reciente debate abierto en Linkedin a raíz de una foto de protocolo se venía a tocar uno poco esta misma idea. Les comento: era la foto oficial de presentación del Consell de la Generalitat Valenciana y en dicha foto hacía una valoración profesional de lo adecuado o no de la indumentaria escogida por los consejeros para la foto oficial de la Generalitat Valenciana (http://www.planabout.es/#/la-puesta-de-largo-de-una-junta-de-gobierno). Algunos compañeros de LinkedIn opinaron que cada consejero tenía ‘su’ libertad individual para ir como quisiera en esa foto. Que, incluso, si había parte de los valencianos que se identificaba con esa manera de vestir (protocolariamente incorrecta), debía convertirse automáticamente en la adecuada. Supongo que si uno quiere ir a la ópera en bañador y chanclas está en su derecho, pues nadie puede vulnerar la libertad individual de uno para hacerlo. Otra cosa es que le dejen entrar pese al pollo que monte en la puerta sobre ‘su’ libertad individual. O si uno decide entrar en un velatorio escuchando música del móvil. ¡Que nadie le coarte ‘su’ libertad por gozar de la música, es un melómano!

     Son ejemplos exagerados pero que se nutren de la misma línea argumental: imponer la manera de pensar de uno (o de unos pocos, en todo caso la minoría) a una sociedad en la que la mayoría se ha dado libremente unas leyes que deben ser respetadas. Y por supuesto, cumplidas. Estas leyes, repito, existen porque el sentido común en ocasiones es traspasado.

Si la mayoría ha establecido que en los actos de Gobierno procede cumplir ciertas normas _véase el protocolo_, habrá que respetar la voluntad de la sociedad en la que vives. Lo mismo ocurre para los horarios de trabajo, los horarios festivos, etc. Y si llegado el caso la mayoría decide que esas normas deban cambiarse, pues se cambiarán. Por supuesto. Para esto vivimos en democracia y libertad. Y en la misma, la mayoría decide con libertad cuáles son las pautas que deben seguirse para tratar de vivir en armonía. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario