miércoles, 16 de septiembre de 2015

La Playa de Valencia. Su Marina. Sus poblados.

      Anteayer fue lunes 14 de septiembre de 2015.  A última hora de la tarde se rozaban en Valencia los 30 grados. Soplaba un leve viento del Sur. Cielo muy despejado. Uno de esos días que la ciudad demuestra por qué de su luminosidad única en el mundo. Al Este, en el horizonte marítimo, caía suave un telón de finas capas rosáceas al tiempo que el sol iniciaba su triste marcha al interior de la península. Algunos barco se había dormido en el Mediterráneo. Tres o cuatro, no más. Tanto era el placer que ni se molestaban en orientar el velamen. El marinero quería acabar la jornada reposada, ya tendría tiempo de marchar a casa. Octubre estaba a la vuelta de la esquina, pero varios bañistas probaban suerte en la mar. Alguno hubo que rodeado de semejante placidez se entregó a la merced de las aguas. El vaivén de un perezoso Xaloc a duras penas agitaba la superficie marina. El bañista aprovecha para tumbarse boca arriba, 'haciendo el muerto', para prolongar el suave acunar del día. En esta postura recibía un húmedo golpeo infantil de periódicas olas sobre su nuca. Aletargado, con los pies mirando al Norte, alcanzaba a ver entre sus tobillos el puerto de Port Saplaya, los altos edificios de El Puig, las pequeñas jorobas de Puzol junto a la costa y, al fondo, los Altos Hornos de Sagunto.

    En la arena, lo de siempre. Parejas de enamorados conteniendo su pasión más mal que bien. Traspasándose sus miradas. De aquí para allá jubilados con su andar errático. El rostro de sufrimiento en la mayoría de deportistas completando un circuito que va de La Patacona al Puerto de Valencia y vuelta a empezar. A un lado del paseo marítimo, los deportistas juegan al fútbol-playa. Se divierten. Compiten. Clubes de baloncesto, atletismo y cualquier otra disciplina se citan en la orilla y preparan su partido del fin de semana. Parejas y solitarios pasean sus perros y animales. Una mujer camina seguida de un hurón. La gente le pregunta. Y extranjeros... mucho extranjeros. Se escucha hablar en italiano, francés, ruso, inglés y alemán. La gente se muestra feliz. Sin abrumar pero disuadiendo lo suficiente la Policía transita con su vehículo por entre los viandantes. Nadie se molesta. Aquí no hay malas caras. Los chiringuitos siguen abiertos. Mejor es decir que no cierras. Las jornadas maratonianas machacan a los camareros. Se les ve en las caras. Y se huele su sudor. Toca preparar las mesas de las cenas. En apenas una hora anochecería y los turistas impacientan su reglamentario aperitivo en la playa de Valencia.


El paseo de la Malvarrosa.


    Yo ya no veo suciedad en el paseo. Ni en la arena. Ni en la mar. El cambio ha sido brutal. Cualquiera valenciano con más de 30 años sabrá lo que es sortear jeringuillas en la arena y tampones usados al nadar. Así estuvo la Malvarrosa. Un vertedero al que nadie quería ir. La Valencia industrial, la Valencia techno ha dado paso a otra cara recién llegada.


      Ahora me quedan pendiente el Sur y el Oeste. Más allá de la caseta de Touristing Valencia, bajo las enormes banderas que custodian la entrada a la Marina Real desde el Paseo Neptuno... apenas se adentra un alma. Y eso que ni 100 metros separan el paraíso antes descrito del éxodo que ahora vamos a contar. Es uno de esos choques sorprendentes. Como Nápoles y Capri. La una enfrente de la otra, bajo el mismo sol, pero viviendo realidades muy distintas.
    El Marina Beach Club acabado a la carrera y frenado de golpe por temas administrativos (licencias). La gente lo señala y se pregunta cosas. Los lugareños seguimos padeciendo la Valencia de dos ritmos: el administrativo y el de la iniciativa privada. Con la temporada de verano casi acabada, ahí que padecemos el enésimo parón arquitectónico. Al menos este no es sine die. Se supone que se inaugurará 'a lo grande' el próximo verano. Pero como todo en esta ciudad, ya se verá. El parque infantil que da entrada al Norte de la Marina Real ha conseguido atraer familias y gente que pasea sus perros. Pero no hay vida comercial. Los restaurantes de esta parte Norte de la Marina Real, muy bien amueblados, con gastronomía competitiva y precios razonables pasan desapercibidos. Los camareros se miran los unos a los otros. Los encargados apuran las copas y fuman sin ganas mientras no se explican como hasta allí no acude nadie. ¿Y el tardeo, no era la nueva moda? No será allí. Como casi todas las tendencias en Valencia. No pasan por allí. La estampa de la Marina Real nada tiene que envidiar a la de cualquier bocana de capital de país. La brisa de septiembre en Valencia. La música que tanto apreciamos los valencianos. La temperatura del Mediterráneo. Todo. Pero nadie hay. El 'Cube', ese pub-pantalán, ideal para los 'after-works' de ahora, literalmente vacío. El camarero limpia afanoso la barra. Una y otra vez. No deja de sacarle brillo. Casi con rabia.
    ¿Son caros los alquileres de los locales en la Marina Real? ¿Por qué la Escuela Municipal de Vela de Valencia no dispone de más barcos, de más personal, de mayor espacio, de mejor y más promoción y publicidad? ¿Por qué los pocos negocios de náutica ahí establecidos lloran de emoción cuando se asoma algún (posible) cliente? ¿Por qué el centro de negocios en su totalidad radica tan alejado del mar? ¿Por qué no se facilita el transporte y aparcamiento hasta allí? ¿Por qué no pasa nada o casi nada en los Tinglados a lo largo del año (yo solo veo skaters y bikers practicar sus trucos antes de la cena)? Son preguntas que deben resolverse para tapar la boca a Blasco Ibañez. Si no, para darle la razón de que nuestra ciudad morirá viviendo de espaldas al mar.


Vista de los restaurantes de la zona norte de la Marina Real. Foto EMV.

    Y el Oeste. El Grao. El Cabanyal. El Canyameral. La Malvarrosa. El Cap de França. En definitiva, los poblados marítimos. Viene un nuevo plan urbanístico. La compleja situación de abrir la ciudad al mar respetando la idiosincrasia (negocios, arquitectura...) de quienes viven y se han críado en 'primera línea'. No sé si los Poblados Marítimos deben hacerse un peinado como lo ha hecho Ruzafa. Francamente, no lo sé. Ruzafa ha dejado parte de su identidad entre monociclos y libros de adorno en las estanterías de lugares públicos. Cerca del mar 'Casa Guillermo' se renueva. 'Casa Montaña' se torna lugar de 'selfies' y moderneo. El artista contracultural se hace fuerte con las tortillacas de 'La Peseta'. Todo eso está bien. Pero yo no cuento muchos más de media docena de locales que ninguna guía recomendaría por allí. Que alguno hay, sí. Pero alguno. Y tendrían que haber más. Y más diversificados en su oferta. Se asoman. Parece que se va a iniciar el movimiento. No lo sé. Es el barrio al que le toca lanzar el penalti de la tanda. A colocarla, suave y templada por la escuadra. O chupinazo al medio. Pero que entre. Luego vendrá Benimaclet, aunque yo creo que le tocará antes. Pero nunca acierto en mis previsiones.


 Una de las calles del Cabanyal . Foto 20minutos

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