En la arena, lo de siempre. Parejas de enamorados conteniendo su pasión más mal que bien. Traspasándose sus miradas. De aquí para allá jubilados con su andar errático. El rostro de sufrimiento en la mayoría de deportistas completando un circuito que va de La Patacona al Puerto de Valencia y vuelta a empezar. A un lado del paseo marítimo, los deportistas juegan al fútbol-playa. Se divierten. Compiten. Clubes de baloncesto, atletismo y cualquier otra disciplina se citan en la orilla y preparan su partido del fin de semana. Parejas y solitarios pasean sus perros y animales. Una mujer camina seguida de un hurón. La gente le pregunta. Y extranjeros... mucho extranjeros. Se escucha hablar en italiano, francés, ruso, inglés y alemán. La gente se muestra feliz. Sin abrumar pero disuadiendo lo suficiente la Policía transita con su vehículo por entre los viandantes. Nadie se molesta. Aquí no hay malas caras. Los chiringuitos siguen abiertos. Mejor es decir que no cierras. Las jornadas maratonianas machacan a los camareros. Se les ve en las caras. Y se huele su sudor. Toca preparar las mesas de las cenas. En apenas una hora anochecería y los turistas impacientan su reglamentario aperitivo en la playa de Valencia.
El paseo de la Malvarrosa.
Ahora me quedan pendiente el Sur y el Oeste. Más allá de la caseta de Touristing Valencia, bajo las enormes banderas que custodian la entrada a la Marina Real desde el Paseo Neptuno... apenas se adentra un alma. Y eso que ni 100 metros separan el paraíso antes descrito del éxodo que ahora vamos a contar. Es uno de esos choques sorprendentes. Como Nápoles y Capri. La una enfrente de la otra, bajo el mismo sol, pero viviendo realidades muy distintas.
El Marina Beach Club acabado a la carrera y frenado de golpe por temas administrativos (licencias). La gente lo señala y se pregunta cosas. Los lugareños seguimos padeciendo la Valencia de dos ritmos: el administrativo y el de la iniciativa privada. Con la temporada de verano casi acabada, ahí que padecemos el enésimo parón arquitectónico. Al menos este no es sine die. Se supone que se inaugurará 'a lo grande' el próximo verano. Pero como todo en esta ciudad, ya se verá. El parque infantil que da entrada al Norte de la Marina Real ha conseguido atraer familias y gente que pasea sus perros. Pero no hay vida comercial. Los restaurantes de esta parte Norte de la Marina Real, muy bien amueblados, con gastronomía competitiva y precios razonables pasan desapercibidos. Los camareros se miran los unos a los otros. Los encargados apuran las copas y fuman sin ganas mientras no se explican como hasta allí no acude nadie. ¿Y el tardeo, no era la nueva moda? No será allí. Como casi todas las tendencias en Valencia. No pasan por allí. La estampa de la Marina Real nada tiene que envidiar a la de cualquier bocana de capital de país. La brisa de septiembre en Valencia. La música que tanto apreciamos los valencianos. La temperatura del Mediterráneo. Todo. Pero nadie hay. El 'Cube', ese pub-pantalán, ideal para los 'after-works' de ahora, literalmente vacío. El camarero limpia afanoso la barra. Una y otra vez. No deja de sacarle brillo. Casi con rabia.
¿Son caros los alquileres de los locales en la Marina Real? ¿Por qué la Escuela Municipal de Vela de Valencia no dispone de más barcos, de más personal, de mayor espacio, de mejor y más promoción y publicidad? ¿Por qué los pocos negocios de náutica ahí establecidos lloran de emoción cuando se asoma algún (posible) cliente? ¿Por qué el centro de negocios en su totalidad radica tan alejado del mar? ¿Por qué no se facilita el transporte y aparcamiento hasta allí? ¿Por qué no pasa nada o casi nada en los Tinglados a lo largo del año (yo solo veo skaters y bikers practicar sus trucos antes de la cena)? Son preguntas que deben resolverse para tapar la boca a Blasco Ibañez. Si no, para darle la razón de que nuestra ciudad morirá viviendo de espaldas al mar.
Vista de los restaurantes de la zona norte de la Marina Real. Foto EMV.
Una de las calles del Cabanyal . Foto 20minutos
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