miércoles, 14 de noviembre de 2012

Bronca dominguera en partido femenino


Terminó un partido de fútbol femenino de esos que se juegan los domingos a mediodía sin apenas público. El conjunto local había perdido por la mínima. Resultado muy ajustado.  Mucha desilusión entre los parroquianos. Vamos, lo normal en cualquier campo de fútbol de nuestro país. Ambos entrenadores se saludan cortesmente, intercambian breves comentarios y se dan un abrazo camino de vestuarios. El padre de una de las jugadoras locales dice algo al técnico visitante. No sé el qué, pero por gestos y muecas faciales se atisba los malos modos. Éste, con semblante de ver el enésimo miura saltar a la plaza, elude la refriega. Su indiferencia sobreexcita a un astado a quien el cuerpo le pedía guerra. Otro resultado final. Su esposa no ponía mucho por contenerle. Avergonzada y con el desgaste de años de matrimonio, se limitaba a darle esos golpecitos ridículos en la coronilla que se les da a los cachorros. Parecía que la pólvora, pues, no iba a prender. Sin embargo,  el ‘segundo’ del técnico, uno mocetón de veintitantos, carne de gimnasio, tomó cartas en el asunto y ya todo se complicó.
Convertido en uno de esos ‘tronistas’ de Telecinco, no tardó en quitarse la camiseta al tiempo que fue dando pequeños brincos hacia atrás como un púgil confiado en su victoria. Habilitaba espacio a fin de que al reducido aforo nos quedara claro que no se contentaría con empujones e insultos a la cara. “¡Ven aquí, ven!”, retaba. Pero ya se habían metido unos cuantos entre medias para abortar cualquier refriega. La grey allí reunida la formaban adultos en chándal y mujeres con coleta, niños atónitos. No era el párking de una discoteca. En ese escenario prepaella familiar valenciana, cualquiera sabía que no se verían puñetazos en la cara. Y por ello, un espontáneo con trazas de ‘spookero’ trasnochado se retó al gladiador de press de banca haciendo ridículas posturas de forzudo de circo ambulante: “¡Mira el musculitos, ché mira!”. Lo repitió una y otra vez, reclamando para sí su cuota de protagonismo. Necesitaba como fuera una historia que llevarse al bar los próximos meses.
Y yo me largué a casa triste porque a las chicas casi nadie les hace caso en un deporte que para ellas no es ‘rey’. Pero más aún por culpa de esos tres miserables que eclipsaron la discreta serenidad de un joven entrenador que fue insultado y amenazado. De esos nunca habla nadie.

martes, 11 de septiembre de 2012

El Mago de Oz

No sé de qué modo lo he hecho pero el twitter me ha conducido al Mago de Oz. Algo al flamenco. Vale, y ya que estamos, a Rommel… Zorro del Desierto. En fin, que lo explico. Uno, que tiene su cuenta de twitter (@alejandropla), va aumentando el número de personas a las que sigue. Este fenómeno es la base de la red social. Hasta ahí todo normal. Y twitter es dado al desahogo. A la denuncia. A la queja, vaya. También algo común. Lo que no entiendo es por qué nadie pasa a la acción. No comprendo lo de hacer tanto hincapié en público (“profundo malestar”, “gran indignación” y derivados… ya saben, el alejamiento de la trinchera tiende a la hipérbole verbal) y no poner solución. Como estar en una barca que se hunde y maldecir en todas direcciones en lugar de colocar un paño en la vía de agua. No sé, lo veo un poco estúpido. En cualquier caso prefiero pensar que esto obedece a otra cosa.
Es posible que las redes sociales potencien una dinámica puesta inocentemente en marcha por aquellas nuevas tecnologías de los 90’: la desconexión del individuo con el mundo real. Este proceso se gestó con la revolucionaria industria del ocio y se ha potenciado con la gasolina súper de Internet. Haces la lista de la compra desde casa (y te la llevan al domicilio), juegas ‘on line’ desde casa, ligas desde casa, practicas sexo (cibersexo) desde casa, trabajas desde casa… y casi sin darte cuenta te haces un gruñón con agorafobia.
En el fondo de su ser la persona sigue teniendo sus rabias, su inconformismo y su noble deseo por un mundo mejor. Y no creo que eso vaya a cambiar jamás. Pero da pena verlo. A la persona, digo. Como animal salvaje criado en cautividad que cuando es obligado a echarse monte arriba, no sabe qué hacer, ni adónde ir y termina plegándose torpemente sobre sí hasta vaciar la vejiga por lo alto del tobillo. Qué lastimita. Esta indolencia, ahora que las cosas se han puesto tan feas, evidencia la cobardía del ciudadano. Del vértigo de antaño por ‘adentrarse’ en la red, al pánico actual por ‘adentrarse’ en el mundo real. Se ha invertido el proceso.
Y yo no puedo evitar acordarme del león que marcha en busca del Mago de Oz para obtener un corazón. El tuitero, como el león, dice que haría muchas cosas; reivindica, amenaza, promete que hará… pero sólo baja a la calle en busca de un punto wifi desde donde seguir alentando a la rebelión. Nos hemos quedado sin hombres de acción. Tuiteros, los que queráis. Muy valerosos a golpe de pulgar. Todos ellos disponen en un click de estupendas proclamas Ctrl+ P de sitios de Internet perfectamente ordenados entres sus ‘favoritos’.
Twitter, ese balcón desde el cual el ciudadano canta su saeta y restriega sus males entre sus cientos de followers a brochazo gordo. Cuando la disquición de turno obtiene RT le invade la gallardía. El valor regio de quien se ve flanqueado por sus tuit-legionarios En ese instante del TL este Zorro del Desierto lanza ofensivas cada más vez audaces. Su grey le tuitea y retuitea con vehemencia… pero este humilde cronista sigue viendo las calles vacías. Los leoncitos van de aquí para allá sin corazón. Sin dirección. Se miran unos a otros a la espera de un rugido que desate la furia en esta manada de circo. Todos mandan hacer pero ninguno hace.
Mucho capitán en lo alto de la colina con iPhone de 400 pavos, pero ni un solo soldado con bayoneta en el cerro. Calla calla, que en la alameda no hay wifi. O llueve. Peor, igual hasta hace frío. Mejor que bajen otros. Eso, eso, jalearos todos entre todos hasta que aparezca algún hombre de acción. Alguien que tome riesgos. Alguna persona auténtica. Y si no la hay, no os preocupéis, marcharemos todos a Oz a buscarlo.

publicado en Ideas ClavesMagazine el 7/9/2012 (http://ideasclave.es/el-mago-de-oz/#.UE9RYFLIbTo)

miércoles, 18 de julio de 2012

El fardo que Sara Carbonero echa al lomo de las mujeres


Cometer un error en el trabajo acarrea consecuencias. En un medio de comunicación, éstas se agravan. Es lo que tiene la repercusión mediática. Pero si la pifia se produce en la televisión, en horario de máxima audiencia y a puertas de la final de una Eurocopa de fútbol… la onda expansiva sacude a todo un país.
Sucesivas equivocaciones de Sara Carbonero, periodista deportivo ‘estrella’ de la cadena Mediaset, reabrieron además un debate que mantuvo incendiadas las redes sociales varios días.
De esta frase de barra de bar “¿La morenaza de labios carnosos y ojos profundos hizo los inalámbricos de la Eurocopa porque está buena?” se deriva la siguiente duda en una sociedad que aspira a la igualdad: ¿En qué medida se otorgan cargos laborales de relevancia a mujeres de indudable atractivo físico pese a no estar intelectualmente preparadas para ello?
Si centramos el debate en el medio televisivo, parece evidente que esta plataforma prima mucho la imagen. En el caso de las mujeres, resulta incuestionable que deben disfrutar de unos rasgos atractivos, cuanto menos dulces y amables. Véase el caso de las presentadoras de informativos y de cualquier otro espacio programado en horarios con cierta audiencia. Por ahí los varones podrían sentirse discriminados. Pero esto es otro debate.
La gravedad del asunto aquí – y el motivo de este artículo – reside en el gran fardo que la Carbonero añade al lomo de sus iguales. En España, aunque menos que décadas atrás, perdura el machismo. Esto se manifiesta, entre otras cosas, en una escasez de puestos de responsabilidad otorgados a mujeres, así como en graves desigualdades salariales.
De aquellas pifias futboleras, me temo, se desprende un corolario de espíritu cartesiano que va más allá de la belleza como ganzúa laboral: me refiero a la sombra de duda que se extiende sobre mujeres con presencia mediática. Uno corre el riesgo de preguntarse ¿tal periodista ocupa su cargo por ser ‘la señora de’? ¿Tal escritora publica en prensa por cubrir una cuota de ‘femineidad’ políticamente correcta? ¿La discriminación positiva genera dudas personales en las propias mujeres sobre su valía profesional?
Por suerte existen mujeres de contrastada solvencia profesional que retiran el fardo que otras echan: Isabel Sánchez en la autonómica (Televisió Valenciana RTVV) y Marta Solano en la nacional (TVE) son dos buenos ejemplos.
Pese a todo, mal asunto éste que afrontan las mujeres. Laboralmente no me gustaría estar en su pellejo.

Publicado en www.ideasclave.es

jueves, 31 de mayo de 2012


¿Dónde se han metido los adultos?

     
    Ayer detuve la moto para empujar el coche de una conductora que se había quedado tirada. De cosas así uno no espera nada a cambio. ¿Qué esperar de alguien a quien jamás volverás a ver? Tampoco aguardo justicia celestial. De hecho, minutos más tarde casi me derriba un coche en una de esas repetidas maniobras invasivas de carril.
   Pese a todo creo que deben hacerse.
   Me entristece que nadie frenase su marcha para ayudar a la mujer. Acalorada, con evidente sobrepeso, a    todas luces incapaz de valerse por sí sola para empujar su coche y dejar de ser un estorbo para sus semejantes. Eran las 19.20 h. del pasado martes 29 de mayo. Ese día mi mujer, embarazada y a pocos días de dar a luz, celebraba su cumpleaños. Hora punta. Final de jornada laboral. Los tres carriles de la Ronda Norte vomitan coches, furgonetas y motocicletas sin respiro de 19 a 20 h. Pero allí nadie ralentiza su marcha si no es por morbo de mirar de soslayo la desgracia ajena. Está claro que la TV ha logrado su objetivo.
 La gente va a la suya. Nadie empatizaba con otro ser humano. Una vez alimentada su maldita curiosidad, pisan el acelerador, suben la música y quizá envían un ‘whassApp’ confiados en que a ellos jamás les ocurrirá algo así. ‘Ya se apañará’ es el pensamiento que define la actitud de todos ellos.
Afortunadamente, un agricultor del huerto vecino también se percata del abandono; suelta su azada, escala el terraplén y me alcanza con paso renqueante. “Señora, póngase al volante y vaya arrimándolo mientras nosotros empujamos”. No fue una gran hazaña. Qué va. Entre aquel anciano y yo apenas tardamos dos minutos en arrimar el vehículo al bordillo. La mujer nos regaló una sonrisa nerviosa y algunas palabras que yo casi ni entendí. Eso sí, su cara se iluminó. Lo hizo con esa luz que sólo desprende la gratitud. Tan rara de ver ahora. No porque el ser humano la haya apagado, sino porque escasean los gestos que la encienden. Está latente, ahí.      En todos nosotros.
El agricultor regresó al campo. Yo me subí en la moto. Todos desaparecimos. Y yo me niego a que se esfume lo que allí ocurrió. La prueba evidente de que España involuciona a una edad infantil.


Artículo publicado en  




jueves, 10 de mayo de 2012

No sólo la crisis cierra tiendas


Entiendo que uno debe contar las cosas buenas pero también las malas. Y he aquí que hoy me toca de las segundas. Una tienda de calzado para corredores. Me duele especialmente porque es un gremio que lo tiene mal a tenor de las ventas por Internet y, sobre todo, porque las últimas zapatillas (mis actuales) las compré allí: Deportes Marathon  (Don Armando Palacio Valdés, 4. Valencia).
Entré nada más salir de currar. Emocionado. Un corredor se estimula ante su próxima adquisición de calzado. No había nadie en la tienda. El hombre, el mismo que me atendió la última vez, se dirige para atenderme. Inicio la charla: “Mira ya estuve aquí comprándote unas zapatillas y algo de ropa para la última carrera que hice. Vengo a por unas zapatillas. La última vez me llevé unas Asics pero me apetecé cambiar y probar Adidas”. Me saca dos modelos y me explica sus características técnicas. Como entonces. Hasta ahí todo iba bien.
“Vale, ¿me sacas de esos dos modelos la talla 45 y 46 y me las pruebo a ver qué tal?”. Y la gran cagada salpicó la tienda nada más me respondió: “¿Te las vas a llevar? Es que si no te las vas a llevar no voy al almacén para que te las pruebes”. Tal cual. No insistí. Me levanté de la banqueta donde ya me había sentado, me despedí amablemente y no sé si regresaré algún día.
Muchos empresarios se lamentan del cierre de sus tiendas. La primera norma para vender bien es el trato personal. Y eso es algo que hace tiempo olvidaron muchos vendedores. En época de crisis, en época en la que Internet fagocita el negocio tradicional, en una tienda en la que en ese momento no había otros clientes (no ponías en riesgo otras ventas por una ‘posible’ venta) y a quien estás atendiendo es antiguo cliente, por cosas así deja de venir a tu tienda la gente a comprar. Y cerrarás. Y te cagarás en la crisis, en el gobierno de la Generalitat, en el gobierno de Madrid y en la conjunción de los astros estos últimos meses. Pero el problema lo tienen muchos en cómo atienden a los clientes. Muchas veces el problema es uno. El Infierno está ahí fuera, sí, pero no son los demás.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Vaya cochazo, nena

'Es que como vamos a tener otro hijo (el segundo) había que comprar un coche así. O su variante: 'es que como vamos a tener un hijo (el primero), había que comprar un coche así'. El coche en cuestión es un suburban. Otro de esos goles que nos mete EE.UU. en perfecta rosca mediática ajustada a la escuadra. Un suburban es el 4x4 de toda la vida, pero domesticado. Igual de tocho pero con  acabados más refinados. Vamos, que lo encarecen aún más. Al mando suele ir una mujer de mediana edad, con esa melenita acorde al dulce y apasionante momento vital. La tanqueta no ha pisado un camino de tierra ni en la foto del catálogo. Que para eso está el Photoshop, que no os enteráis. Ni terraplén pedregoso, ni duna vertiginosa... la maniobra más 'salvaje' ha sido meterle un llantazo aparcando marcha atrás en el Hipercor.

¿Esta maneta de aquí cuál es? Cariño, se llama tracción trasera.
¿Y por qué está tanto alto para subir, 'collins', que me duele este músculo (se señala el cuádriceps)? Cariño, es por si, atravesando un sendero cenagoso, el lodazal del terraplén se cuela en la cabina.
¿Lodazal, cenagoso, terraplén... de quién? Da igual, déjalo. Tú ponte el cinturón.

Claro que da igual. Lo que importa es que vale un riñón, consume un huevo y si te sientes seguro en pleno casco urbano. Te da la movilidad de la reina en el ajedrez; revientas toda casilla adyacente. Con la tanqueta puedes invadir indistintamente el carril de la izquierda, el de la derecha o, que tampoco pasa nada, el de los taxistas, que son un poco cabrones y ellos hacen lo mismo.
Ya se apartarán cariño cuando vean tu guardabarros de adamantium forjado por enanos de las montañas asomar amenazantemente en sus ventanillitas.

Pero eso es lo de menos. O no. El caso es que me estoy desviando.

Escribía esto por lo de las necesidades que nos están colando por la escuadra. El bombardeo consumista es tal que nos impide escuchar el sentido común. Dudo que por comprar en función de nuestras necesidades se desestabilice la dinamo capitalista. Rodará igual, pero más racionalmente. Coño, no te lleves 30 yogurts si la semana sólo te da para jalarte 12. ¡Aunque te ahorres 70 céntimos! Va, espabila, que no dejan de torearte en el supermercado.

Mi madre nos llevaba a mi hermano y a mí, con nuestras bolsas de deporte, mochilas del cole y demás parafernalia infantil en un Renault 5 de segunda mano que en invierno arrancaba mi padre a empujones. Ni mi hermano ni yo hemos tenido que ir al psiquiatra aquejados por punzantes y cíclicos traumas claustrofóbicos. Supongo que mis padres no tenían dinero para un coche mejor o, quiero creer, aquel les parecía suficiente y prefería destinar ese dinero a otras necesidades. Por entonces ya existían los modelos 4x4. No muchos, pero los había. Eso sí, sólo los compraban la gente que vivía en el campo y la montaña. Ya saben, personas que debían desplazarse hasta lugares de difícil acceso; de carreteras asfaltadas, caminos angostos y taludes de vértigo. Gente que debía transportar kilos de leña, perros de caza y enormes tolbas de pienso.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Ahora toca madrugar y gastar suela de zapato

No es esta una historia de ministros. Ni de manifestaciones. Ni saldrá en prensa ni será TT en twitter. Pero creo que ilustra por donde van los tiros ahora y quiénes se han dado cuenta de ello.

Me dieron una piña en la parte trasera del coche. Me acerqué al concesionario oficial (la marca no viene al caso, pues sería extensible a todas ellas). Aguardé un buen rato hasta que pudo salir un jefe de un jefe, con bata blanca de post-operatorio. El tipo, muy pulcro, husmeó el trasero de mi auto como los perros se hocican la culata entre sí. Se giró sobre sí y marchó a paso de lobo hasta un ordenador. Tripoteó unos minutos y regresó: "Te costará entre 250 y 280 euros". Por curiosidad, sólo por curiosidad, le volví a preguntar: "Y si se lo dejo, ¿cuándo estaría listo?". Como ese trámite ya no iba con él me respondió desde la nuca: "No sé, eso tendrías que llamar y que te dieran cita para la semana que viene".
Días más tarde mi hermano me puso en contacto con un tipo. "Se llama Rafa. Me dice que le eches una foto con el móvil al golpe y se la envies". Eso hice y al poco el tal Rafa me llamo. Me resultó cordial, sencillo y educado al teléfono. Me lo arreglaría por 90 euros: "Dime adónde quieres que vaya a recogértelo". Quedé con él a la mañana siguiente junto a mi trabajo. A las 9 AM. Yo llegué a las 8.45 h. y él ya estaba ahí, con chaqueta y bufanda: "¿Alejandro?", me preguntó sonriente nada más bajé del coche. Subió se lo llevó y al día siguiente me llamó. "¿Dónde te lo llevo?". Quedamos en el mismo sitio. Acudió puntual. El coche estaba impecable. Le pagué y le pregunté si quería que le acercara a algún lado. Francamente no sé cómo había acudido la víspera, antes de las 8.45 h, junto al estadio de Mestalla. "No, tranquilo, ya me voy yo como ayer. Cojo el tren", y se despidió sonriente con paso tranquilo por una bocacalle.
Rafa tiene un taller en el pueblo donde vive: Beniparell.

sábado, 18 de febrero de 2012

Quiero vivir en la bóveda

Fui a comprar unos libros y me encontré a Ricard, un compañero de profesión y ex trabajador, como yo, de LP. Fue el lunes. Hacía años que no lo veía. Yo tenía prisa. Supongo que él también. Como todos hoy. Vaya error. Vamos al 'tantán' de galeras. El cajero le estaba cobrando cuando yo entré en la tienda. Nunca me tomé un café con Ricard. A lo sumo cruzamos cañas alguna noche de encuentro fortuito. Pese a todo hubo siempre buena sintonía. Eso es todo. O eso es mucho. Me parecía un tío noble y yo no debí de caerle mal, supongo. El protocolo no alcanzó el minuto: me dijo que se había casado con una mexicana y, en el mes que iban a buscar el chiquillo se separaron. No entendía bien el porqué. Luego me habló de su nueva pareja y el 'despego' que ya sentía por ella. No habían pasado ni dos minutos de charla en ese instante. Ricard aún conservaba el trabajo, pero había variado ostensiblemente el tipo de programas que hacía ahora en TV (donde venía dedicándose los últimos años). Menos medios, menos repercusión, menos de todo. Pero Ricard estaba confiando en la vida. Y eso me gustó mucho. No estaba enfadado con esa chica mexicana. Tampoco odiaba su nueva situación laboral. Hablamos durante largo mientras el cajero, callado y paciente junto a ambos, aguardaba complacido. Nos dimos los números. 'Espera, te hago una pérdida'. Me llamó y apareció su nombre en la pantalla. Tenía ya su número. Veas. Francamente no creo que nos llamemos, pero sí creo que esa charla tan abruptamente desnuda a ambos nos sirvió de mucho. Nos reconocimos. Y a mí me complació ver cómo una persona es capaz de perdonar la vida 'pese a todo' y vivir sin odios. Eso te aproxima a los demás y hace que los demás se aproximen a ti. Todo lo demás es una guerra de diferentes intensidades.

El miércoles me llamó Virgina, quien se alejó de mi vida al enterarse de que me iba a casar. Me entristeció ver cómo una amistad que yo tenía como robusta se hizo añicos en aquel momento. Hubo ciertos reproches por su parte. Yo sóloo pensé que ciertas cosas, sencillamente, se habían dicho a destiempo. Fue la nuestra una relación temporalmente descoordinada. No volví a saber de ella hasta este pasado miércoles. Se había enterado de mi paternidad y llamaba para darme la enhorabuena. Me alegré mucho al no hallar ni rastro del tono con el que vistió nuestra última conversación. Virginia tomó mi futura paternidad como el modo de volver a mí. Y yo la recibí con los brazos abiertos. Era una amistad robusta, sólo había encorvado el tronco una tormenta furiosa.

Esta mañana he jugado al tenis con Víctor. Trabé relación con él mediante un amigo común y muy de uvas a peras nos veíamos. Siempre en grupo. Los meses previos a la boda, el deporte reunió nuestros caminos. Al terminar el juego hoy marchamos a comer. Me habló que en Sant Jordi publicará un libro. Hablamos del mundo editorial, de lo complicado que es buscar ratos libres en esta maldita profesión de periodista para hacer cualquier otra cosa elaborada: estudiar, escribir... Me recomendó libros, yo lo sugerí otros tantos y antes de volver a la ciudad le di un libro que llevarse camino a NY, donde acudiría a la exposición de un amigo suyo. Víctor es del otro lado de la península. Tiene un cargo políticamente muy cabrón, pero de nada de eso hablamos. El tema vital trascendió silencioso pero imponiéndose al endamiaje social. Y el sol del mediodía cruzó, veloz, sobre una naturaleza silenciada por febrero. Ninguna bestia se escuchó. Ninguna bestia pasó. De ninguna bestia se habló. Tuve la sensación de que volamos demasiado alto para este tipo de oidos.


Solo en estos tres momentos de la semana me sentí sereno. En paz con el mundo. No me divertí. Ni me sentí profesionalmente realizado. Son ésas otras sensaciones. Distintas. Tocan otras paredes del hombre. Pero la 'serenidad' surge cuando se toca la bóveda, allá donde se aloja el alma. Reconciliándote con el mundo a través de las personas. Indicándote tu camino en la vida. Simplificándola.

Debo dedicarme a otra cosa para ganar dinero.

martes, 24 de enero de 2012

Céramica de Manises

Ayer vi un reportaje sobre el Museo de la Cerámica de Manises. En la televisión autonómica valenciana, claro. Estas piezas (la cerámica, digo), este arte está tan enraizado en mi tierra como la pilota valenciana o el sentarse a mesa alrededor de una paella y una ensalada de tomate. Tanto es así que uno de mis abuelos se refería a la cerámica del suelo como "el manises" cuando se expresaba en valenciano al resto de la familia. No obstante, como tantas otras cosas, ni se cuida lo suficiente, ni se promociona lo suficiente ni se autoaprovecha lo suficiente. Las piezas que expone el Museo de la Cerámica estos días corresponden a la cartelería utilizada por negocios e instituciones. El modo en que la cerámica valenciana realzaba la belleza de un lugar. Le otorgaba elegancia, señorío y luminosidad las 24 h. del día merced a un tratamiento cerámico mediante el cual emergía con fulgor el blanco por encima de cualquier otro color aplicado sobre sí.
Hace mucho que no veo piezas así. Como es raro conseguir zumo de naranja natural. Como tantas rarezas. Tantos 'harakiris' culturales. Por pereza. Por globalización. Por ahorrarse cuatro monedas. Por contratarle la cartelería al cuñado de La Roda o vaya usted a saber.
En una de las paradas del Metro de Lisboa existe un magnífico mural en cerámica. Precioso. Jamás había visto algo así. Nunca antes detuve mi paso en un subterráneo. Salvo aquella vez. El mural cerámico era sobre Namor, un personaje de Marvel. Pensé: "Qué cojones han tenido de plantar algo de esto y con este material los portugueses". Y qué pocos cojones tenemos aquí. Aunque no creo que sea cuestión testicular, desgraciadamente.

domingo, 15 de enero de 2012

Ópera sin cava

Leo ayer en El Mundo que el presupuesto del Palau de les Arts de Valencia será de 16.5 millones para este año 2012 que comienza a andar. "La mitad de cuando empezamos", se lamenta su intendente, Helga Schmidt. Ese mismo día, leo en El País que el Liceo de Barcelona, con 48 millones de presupuesto para 2012, amenaza con un ERE por la crisis. El auditorio catalán estudia chapar dos meses para ahorrar costes. El Palau de les Arts baraja la misma opción, también en época estival. Vamos, que el que quiera ópera a diario que pille un avión y se plante en Viena. Los responsables de ambos centros, dos de los más importantes del país, hablan de la pérdida que supondrá para ambas ciudades. Para ambas comunidades. El retroceso cultural. Ese terreno ganado en la educación operística ciudadana. La amenaza de que todos volvamos a ser paletos ahora que había caído una 'flauta mágica' en nuestras vidas.
La cultura es la hermana pobre, sí. La he cubierto en prensa más de una década. Y dentro de la cultura hay casos verdaderamente extremos. Pero en este caso me huele a plañidera de empresario que quiere seguir llenándose los bolsillos como antes de 2008 y se escuda en "la cultura se va al traste".
En el antiguo Espai Moma de Valencia, un teatro para apenas 200 localidades al otro lado del antiguo cauce del río Turia, que luego la Generalitat alquiló (a un altísimo coste, por lo que debió abandonarlo más tarde) y reabrió rebautizado como L'Altre Espai, disfruté yo de una de las mejores representaciones de ópera. Aquel 'Così fan tutte', a apenas 5 metros de los intérpretes y por una butaca de precio razonable, me dejó petrificado durante más de dos horas. Y me adentro en la ópera. En adelante visité otros coliseos, como el Palau de les Arts, pero ya nunca fue igual.
Por eso vengo hoy a escribir que no creo que hagan falta grandes estructuras. Abultados presupuestos. Para el arte, desde luego no. Serán más vistosas, sí. Y desde Oriente se agolparán escuadrones de turistas para retratar la magnífica arquitectura y sus ornamentos. Las cascadas de agua en derredor. Los ribetes dorados en los palcos. Y los cargos políticos nos presentarán datos de asistencia más hinchados que un cadáver abandonado en la mar para poder asi mantener sus pernoctaciones semanales en los hoteles de cinco estrellas de la ciudad.
En un pequeño teatro de la calle Platero yo creo que vale para adentrar a la ciudadanía en la ópera. Al mí al menos me valió. Y eso que luego no me dieron una copa de cava.