Terminó un partido de fútbol femenino de esos que se juegan
los domingos a mediodía sin apenas público. El conjunto local había perdido por
la mínima. Resultado muy ajustado. Mucha
desilusión entre los parroquianos. Vamos, lo normal en cualquier campo de
fútbol de nuestro país. Ambos entrenadores se saludan cortesmente, intercambian
breves comentarios y se dan un abrazo camino de vestuarios. El padre de una de
las jugadoras locales dice algo al técnico visitante. No sé el qué, pero por gestos
y muecas faciales se atisba los malos modos. Éste, con semblante de ver el
enésimo miura saltar a la plaza, elude la refriega. Su indiferencia sobreexcita
a un astado a quien el cuerpo le pedía guerra. Otro resultado final. Su esposa no
ponía mucho por contenerle. Avergonzada y con el desgaste de años de matrimonio,
se limitaba a darle esos golpecitos ridículos en la coronilla que se les da a los
cachorros. Parecía que la pólvora, pues, no iba a prender. Sin embargo, el ‘segundo’ del técnico, uno mocetón de
veintitantos, carne de gimnasio, tomó cartas en el asunto y ya todo se complicó.
Convertido en uno de esos ‘tronistas’ de Telecinco, no tardó
en quitarse la camiseta al tiempo que fue dando pequeños brincos hacia atrás
como un púgil confiado en su victoria. Habilitaba espacio a fin de que al
reducido aforo nos quedara claro que no se contentaría con empujones e insultos
a la cara. “¡Ven aquí, ven!”, retaba. Pero ya se habían metido unos cuantos
entre medias para abortar cualquier refriega. La grey allí reunida la formaban
adultos en chándal y mujeres con coleta, niños atónitos. No era el párking de
una discoteca. En ese escenario prepaella familiar valenciana, cualquiera sabía
que no se verían puñetazos en la cara. Y por ello, un espontáneo con trazas de ‘spookero’
trasnochado se retó al gladiador de press de banca haciendo ridículas posturas
de forzudo de circo ambulante: “¡Mira el musculitos, ché mira!”. Lo repitió una
y otra vez, reclamando para sí su cuota de protagonismo. Necesitaba como fuera una
historia que llevarse al bar los próximos meses.
Y yo me largué a casa triste porque a las chicas casi nadie
les hace caso en un deporte que para ellas no es ‘rey’. Pero más aún por culpa
de esos tres miserables que eclipsaron la discreta serenidad de un joven
entrenador que fue insultado y amenazado. De esos nunca habla nadie.