Entiendo que uno debe contar las cosas buenas pero también
las malas. Y he aquí que hoy me toca de las segundas. Una tienda de calzado
para corredores. Me duele especialmente porque es un gremio que lo tiene mal a
tenor de las ventas por Internet y, sobre todo, porque las últimas zapatillas
(mis actuales) las compré allí: Deportes Marathon (Don Armando Palacio Valdés, 4.
Valencia).
Entré nada más salir de currar. Emocionado. Un corredor se
estimula ante su próxima adquisición de calzado. No había nadie en la tienda.
El hombre, el mismo que me atendió la última vez, se dirige para atenderme.
Inicio la charla: “Mira ya estuve aquí comprándote unas zapatillas y algo de
ropa para la última carrera que hice. Vengo a por unas zapatillas. La última
vez me llevé unas Asics pero me apetecé cambiar y probar Adidas”. Me saca dos
modelos y me explica sus características técnicas. Como entonces. Hasta ahí
todo iba bien.
“Vale, ¿me sacas de esos dos modelos la talla 45 y 46 y me
las pruebo a ver qué tal?”. Y la gran cagada salpicó la tienda nada más me
respondió: “¿Te las vas a llevar? Es que si no te las vas a llevar no voy al
almacén para que te las pruebes”. Tal cual. No insistí. Me levanté de la
banqueta donde ya me había sentado, me despedí amablemente y no sé si regresaré
algún día.
Muchos empresarios se lamentan del cierre de sus tiendas. La
primera norma para vender bien es el trato personal. Y eso es algo que hace
tiempo olvidaron muchos vendedores. En época de crisis, en época en la que
Internet fagocita el negocio tradicional, en una tienda en la que en ese
momento no había otros clientes (no ponías en riesgo otras ventas por una ‘posible’
venta) y a quien estás atendiendo es antiguo cliente, por cosas así deja de
venir a tu tienda la gente a comprar. Y cerrarás. Y te cagarás en la crisis, en
el gobierno de la Generalitat, en el gobierno de Madrid y en la conjunción de
los astros estos últimos meses. Pero el problema lo tienen muchos en cómo
atienden a los clientes. Muchas veces el problema es uno. El Infierno está ahí
fuera, sí, pero no son los demás.
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