jueves, 31 de mayo de 2012


¿Dónde se han metido los adultos?

     
    Ayer detuve la moto para empujar el coche de una conductora que se había quedado tirada. De cosas así uno no espera nada a cambio. ¿Qué esperar de alguien a quien jamás volverás a ver? Tampoco aguardo justicia celestial. De hecho, minutos más tarde casi me derriba un coche en una de esas repetidas maniobras invasivas de carril.
   Pese a todo creo que deben hacerse.
   Me entristece que nadie frenase su marcha para ayudar a la mujer. Acalorada, con evidente sobrepeso, a    todas luces incapaz de valerse por sí sola para empujar su coche y dejar de ser un estorbo para sus semejantes. Eran las 19.20 h. del pasado martes 29 de mayo. Ese día mi mujer, embarazada y a pocos días de dar a luz, celebraba su cumpleaños. Hora punta. Final de jornada laboral. Los tres carriles de la Ronda Norte vomitan coches, furgonetas y motocicletas sin respiro de 19 a 20 h. Pero allí nadie ralentiza su marcha si no es por morbo de mirar de soslayo la desgracia ajena. Está claro que la TV ha logrado su objetivo.
 La gente va a la suya. Nadie empatizaba con otro ser humano. Una vez alimentada su maldita curiosidad, pisan el acelerador, suben la música y quizá envían un ‘whassApp’ confiados en que a ellos jamás les ocurrirá algo así. ‘Ya se apañará’ es el pensamiento que define la actitud de todos ellos.
Afortunadamente, un agricultor del huerto vecino también se percata del abandono; suelta su azada, escala el terraplén y me alcanza con paso renqueante. “Señora, póngase al volante y vaya arrimándolo mientras nosotros empujamos”. No fue una gran hazaña. Qué va. Entre aquel anciano y yo apenas tardamos dos minutos en arrimar el vehículo al bordillo. La mujer nos regaló una sonrisa nerviosa y algunas palabras que yo casi ni entendí. Eso sí, su cara se iluminó. Lo hizo con esa luz que sólo desprende la gratitud. Tan rara de ver ahora. No porque el ser humano la haya apagado, sino porque escasean los gestos que la encienden. Está latente, ahí.      En todos nosotros.
El agricultor regresó al campo. Yo me subí en la moto. Todos desaparecimos. Y yo me niego a que se esfume lo que allí ocurrió. La prueba evidente de que España involuciona a una edad infantil.


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