lunes, 4 de abril de 2011

Romero, flor de memoria.

El romero fue la primera planta que aprendí a distinguir. Como una impronta, cada vez su olor me alcanza, me sacude una sensación de buen rollo por el cuerpo. Por los recuerdos. Por los buenos recuerdos. Decía Gabriel Miró que cuando nos hacemos adultos medimos la belleza en función de los imágenes y sensaciones hermosas que conservamos de la infancia. A partir de ellas cada uno establecemos nuestros propios canones de belleza. Siendo muy nanos mi padre nos envía a mi hermano y a mí al monte a buscar piñas y romero para hacer unas paellas que ahora echo en falta mucho muchísimo. La paella, a mi padre mirándonos aún como padre a niños. A mi padre le bastó un par de paseos con sus dos críos detrás, criándose en el monte, para que consiguiéramos distinguir la flor de romero. A partir de ahí ya soltaba a los chiquillos solos por el monte para que nos sintiéramos partícipes en la mejor cita gastronómica de la semana. Ya ves, qué fácil y barato. Ni PS3, ni hostias.
La tierra valenciana posee esa planta por doquier. Haga frío o calor, llueve o padezca meses de sequía, el romero recorre nuestras comarcas y junto a él hemos crecido generaciones y generaciones de valencianos. Por supuesto que en mi casa hay romero. Y es la única que aunque no la riegue aguanta fuerte y en primavera es la primera en echar flor. Como mi familia. Como una familia. Como la tuya, lector.
El romero, decía, aguanta todo tipo de temperaturas y le basta con la rácana lluvia del Mediterráneo. Crece fuerte y su flor no es ostentosa. Se decora con pendientes malvas en primavera y los mantiene casi todo el verano y el otoño. Flor menuda pero suficiente para obligarte a girar la vista en la distancia. No es un arbusto más. Todo su esplendor se despliega en la corta distancia. En el cara a cara.
Su olor me recuerda de donde soy. Me hace sentir feliz. Me ubica en un trozo del planeta. Por aquí, por donde crecí y me crié, donde vivo y de donde escribo ahora mismo, dicen que su fragancia mejora la memoria de los seres humanos. En época de exámenes, en lugar de infestarme de alcaloides, cafeina y pastilleo vario, yo me limitaba a salir al exterior y acariciar con las palmas de mis manos lo largo de su cortas hojas. Terminaba el gesto en mis manos respirando profundamente. Es cosa que vengo haciendo desde que mi padre me acompañó por monte adentro. Y aún lo hago. Cuando mi padre no esté, ojalá falte mucho para eso, su olor me recordaré a aquellos paseos. Romero. Flor de memoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario