Cafetería detrás de la calle San Vicente. Dos amigas pastosas de uno 50 años, de las de quiromasaje diario e interna latinoamericana en su piso de Cirilo Amorós (calle noble de la ciudad), hablan de la hija de una de ellas. Al parecer la preadolescente quiere ir a un concierto el sábado y había echado mano del argumento intemporal que su progenitora reproduce con burla: «Jo mamá, pero si van todas... ¡hasta Eli!». La mami busca apoyo moral en los pendientes Bulgari de su amiga: «A los 12 me parece muy pronto, además, la Eli ésa cuando viene a casa parece una Lolita... yo paso... lo que mi hija no sabe es que los padres de la Eli ésa son unos tarados». Luego añade: «La madre de otra se ha ofrecido a recogerlas al acabar. Pero de ésa tampoco me fío, sé que su hija llega a casa en el Perelló a las seis de la mañana». La interlocutora interrumpe: «Oye, ¿os venís en el barco este finde?». Respuesta: «Claro. Y la niña».
Provincia de Cádiz. En un bareto. Una mujer y un hombre conversan. Ella, en actitud... digamos melosa. Él, receloso por estar en público, contemporiza. Y una niña, de unos siete años, con uniforme. Vienen del cole. Al menos ellas dos. La madre, por los faros que trae, debe de llevar un buen rato calentándose el hocico. La chiquilla suplica irse. Su progenitora: «Calla y ve a la barra a traerme otro whisky». El caballero no lleva anillo. Ella, sí. La niña alcanza a duras penas la barra y trae el copazo.
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