lunes, 18 de abril de 2011

Cuando por un duro se daba la vuelta al mercado

Era mi abuela una mujer sin estudios. Una mujer de las que cumplieron los veinte años, década donde la belleza femenina luce como sol del mediodía, en plena Guerra Civil. Concluida la contienda trabajó durante muchos años siendo asistenta de la asistenta de una marquesita de Valencia. O de la mujer de un general, no me acuerdo. Bueno, de una señora influyente. Mi abuela, mujer sin estudios pero curranta como se curraba en la época en la que la altura de las mujeres no sobrepasa el 1.60 m., le hacía recados, le cosía y cuanto le diera alguna peseta que llevar al pisito en Cádiz, 48. Precisamente por ser la asistenta de la asistenta de la marquesita valenciana pudo solicitar favor a la aristócrata para que intercediera clementemente en la liberación de mi abuelo, enchironado en el bando de los perdedores.
Nunca cogía mi abuela un taxi, ni tan siquiera superado el franquismo ni asentada la Transición. Iba a pie, pese a tener una pierna mala. O como mucho se subía al '8' y trataba de que a mí no me cobraran por ser todavía un niño (incluso cuando mi altura ya era sospechosa).
En su casa de la calle Cádiz no había plato de ducha. Y no lo había porque no había ducha. Sólo una pila con un WC y un espejo que mi abuelo improvisó en el balcón que daba al patio del colegio San Vicente, mirando a la calle Sueca y a las vías del tren. Así que a mi hermano y a mí nos limpiaba en un barreño en mitad de la cocina tras calentar a tandas cazos de agua. Y así pasaba los días en casa de mis abuelos, en pleno corazón de Ruzafa.
Mi abuela ha querido dejar la vida. Y es así como lo vengo de escribir. Yo creo que es ella la que ha decidido abandonar, como diciendo que con 95 años ya está bien. A mi madre le deja mucho, claro. A su nieto, a uno de ellos, no tanto, claro. Pero suficiente para recordarla por siempre y hablar de ella a quienes me rodean. Como no dejar nada en el plato ('cómo se nota que no habéis pasado una guerra'), como llenar el buche aunque no tengas hambre por lo que pueda pasar ('esto entra sin sentir'), como el ir a misa todos los domingos (arrastrándonos a mi hermano y a mí a San Valero los fines de semana de Ruzafa), como la docena de churros con chocolate a cada mañana de Fallas, las partidas de 'cinquillo', los arroces con acelgas, el orinal bajo la cama, las botellas de cazalla sin etiquetar y las vueltas a todos los puestos del mercado hasta dar con el mismo producto un duro más barato.
Contaba mi abuela que a mi abuelo, cuando todavía 'festejaven' le dio un botefón cuando el pobre mozo de Catarroja (véase mi abuelo) trató de darle una besito en la mejilla tras tropecientas citas con carabina. 'Qué tonta era', me repetía siempre que me contaba esa historia. Veía mi abuela que pasaban los años y que su nieto el pequeño, o sea yo, ni se casaba ni le daba bisnietos. 'No me extraña, es que ahora todas se dejan... no hacen más que 'cochiche' y así no tenéis ilusión por casaros', se ha estado lamentando casi desde que cumplí los 20.
Joder, y ahora que por fín me caso ella ya no está. Lo haré en septiembre en San Valero. En su iglesia. La de las galletitas de San Blas. Quisiera yo que ella hubiera regresado a San Valero, pero esta vez de mi mano. No podrá ser. Ayer murió, aquí en La Canyada. No es su Ruzafa pero es un lugar donde la naturaleza devuelve todo lo bueno que le das. Y sé que también le gustaba por ser un sitio limpio y hermoso.
Adiós abuela.

A Ana Tejedor Máñez (1916-2011)

No hay comentarios:

Publicar un comentario