Me encontré la semana pasada con un antiguo profesor de tenis. De entrada diré que cruzarme con antiguos profesores me ilumina el día, qué quieren. Son personas que te dejan un poso enorme en la vida, pese al maltrato al que se somete su sector desde todos los ángulos posibles. Él fue de los mejores que tuve. Que yo no diera para más es otra historia. Le avalan grandes raquetas de nuestro país forjadas en sus horas de clase. Como todo aquel que ama lo que hace (¿hay otra manera de vivir?), sabe que debe mantenerse en forma y así lo hace. A nivel técnico, táctico, físico y psicológico asiste y organiza congresos, charlas y toda suerte de encuentros entre profesores, alumnos, jugadores de ATP, preparadores físicos, psicólogos, padres y cualquier elemento que influye en la compleja ecuación que determinará si un tenista se cuela entre los 100 jugadores de la ATP.
Me pido una cerveza. Él tiene prisa. Acaba de entrenar a dos chavales. Uno de ellos apunta muy alto, me dice en voz baja. Como guardando un secreto. Esperemos que no descarríe ni que lo hagan descarriar, añade. Al poco, dos chavales espigados aparecen de vestuarios. Son ellos. Junta su paso al suyo y marchan los tres. No sin antes compartir conmigo una reflexión que trasciende el tenis tanto como para coger de las solapas a esta maldita economía que hoy nos toca vivir.
Cuenta que un padre le pidió que bajara la tarifa de sus clases de tenis. "Hay profesores por ahí que cobraban la mitad”, le dijo. Me miró a los ojos y concluyó la historia.
_Le di la mano y le dije ‘lo siento, yo no puedo cobrarte esto. Mucha suerte, que le vaya bien a tu hijo’…
Yo lo entendí perfectamente. Con algunas clases de francés que me pidieron este verano sucedió algo similar y ni me molesté en regatear. Tantos años de estudios, de estancia en el extranjero, de invertir en las mejores universidades para autodevaluarte como si tu tiempo, tu esfuerzo, tu pasión, y por qué no decirlo, tu dinero (y tiempo atrás el de tu familia) no hubieran valido la pena. Así que aplaudí sus palabras.
_Bien hecho. Has entrenado a los mejores. Tú nivel de profesorado es alto y así debe ser.
_Mira Alejandro, yo sé que la economía está como está y que hay que adaptarse, pero lo que yo no puedo hacer es entregar toda mi vida a mitad de precio. Me asusta la competencia feroz que hay y los compañeros de profesión que dan clase por cuatro duros para meter a veinte chavales en la pista e ingresar más dinero... los chavales, nos olvidamos de cómo educamos a los chavales...
Cuento esto porque si queremos que se nos respete en nuestra profesión debemos respetarnos a nosotros mismos. Las tarifas deben adecuarse a la realidad del mercado, sí, pero jamás traspasar un nivel que transforme nuestro producto/servicio en una cosa que no es. En el ejemplo precedente es alguien ajeno a la realidad de la materia (un padre, al cual no le basta conocer los precios del mercado para saber cuánto cuesta formar a un profesional) quien regatea por un servicio. Está en su derecho. Como el profesor lo estuvo en declinar su propuesta en gesto de dignidad profesional.
Pero yo quiero ir hasta el final. Cuando se han tumbado todas las barreras. Cuando el enemigo ha sorteado todas las trincheras y se te mete en casa.
El profesional, decía, debe hacerse de respetar mediante un acto individual que conlleva consecuencias colectivas. Es un acto envolvente. Protegiéndose a sí mismo, custodia a todos sus compañeros. Desgraciadamente, este tren puede llevar distintos pasajeros. Así, quien se envilece a sí mismo provoca una desprotección entre sus compañeros que lentamente termina arrojándoles a los pies de los caballos. Ejemplo de esto: hacer horas no remuneradas de manera sistemática o, peor aún, trabajar gratis (sí, he conocido estos casos en situaciones continuadas de hasta un año) alegando “es mi vida, tranquilo, tú haz lo que quieras con la tuya y déjame a mí hacer lo que yo quiera” genera agravios comparativos con unos compañeros que cumplen con su trabajo como se les pide. Como adquirieron en su contrato.
Quien se comporta de este modo egoísta, y lo peor aún, vil, es el que entrega el cuchillo con el que se apuñalara a sus semejantes. Es el Efialtés que señala el paso oculto a los persas para aniquilar a los 300. Y como él, es un acto premeditado. Su objetivo, envuelto en una oscura trama de aparente falsa irresponsabilidad, no es si no eliminar a la 'competencia'. Destruirte a ti haciendo que te destruya otro y salir él impune del asesinato (laboral) maquinado en su sucia mente y perpretado sólo hasta el instante de apretar el gatillo. Salvo hacer girar el tambor ha hecho todo lo demás. Que no te engañe. Él nunca contempló uniones, ni quiso asociaciones o colectivos.
Finalizao con esto que me ocurrió hace unos días. Compañeros del sector prensa. He tenido la cortesía de eliminar el medio de comunicación, aún cuando ellos no tuvieron el respeto de tratarme como un profesional. Sólo pido que se reflexione y recordad que vuestros gestos en la profesión tiene una movimiento envolvente. En vuestra mano está decidir en qué dirección.