viernes, 2 de febrero de 2018

Tele 5, TV aristotélica

Como quiera que en mi casa tendemos (aún) a compartir la TV, mi mujer debe visionar mis canales y yo los suyos. Entenderá ahora, lector, por qué soy conocedor de la parrilla y contenidos de Tele 5. Aclarado esto, he constatado el planteamiento aristotélico de los programadores de una cadena privada con contenidos eminentemente.... 'de sociedad'.


¿Cómo llegué a esta conclusión? Ahí voy: comenzaron a pasar los años y los presentadores continuaban siendo los mismos. Esto me despertó algo la curiosidad. Aunque no del todo, dado que esto mismo sucede en el resto de cadenas no importa el contenido de sus programas. O en la política. En definitiva, es un rasgo propiamente español. Mi alerta filosófica se activó una vez advertí que los presentadores pasaron a entrevistar a los colaboradores. Luego estos pasaron a ser presentadores y entrevistaban a los otros presentadores. Ahora mismo, sólo se entrevistan y hablan entre ellos, de ellos, durante horas, días, semanas y meses.

Y de pronto lo vi: el Primer Motor Aristotélico.


La metafísica del pensador griego empezó a impregnarlo todo. Para quien no recuerde los apuntes de Aristóteles de COU (el ahora Bachiller), su Primer Motor es una unidad indivisible e inmutable. Es su explicación metafísica. El cómo y por qué funcionan las cosas. El grupo de presentadores/colaboradores de Tele 5, como el Primer Motor, no puede estar en reposo. No se puede detener el 'Sálvame' y compañía. De ocurrir, sería potencia y no una actividad pura. Por otro lado, si hablan de algo que no son ellos y sus cotilleos, deberían hablar de otro tipo de temas. Como el Primer Motor. Si éste piensa algo distinto a sí mismo, piensa algo menos perfecto que Él y con ello menoscaba su propia perfección.

En conclusión, el modelo de programa 'de sociedad' de Tele 5 se me antoja como el Primer Motor aristotélico: un Ser Divino perfectísimo que se piensa a sí mismo y en este acto creador goza eternamente su propia y absoluta perfección.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Viridiana, oasis de la Filosofía en Valencia


Mi relación con Viridiana se remonta al siglo XX. Qué lejos suena eso. Yo trabajaba entonces en el periódico Las Provincias. Ahora como entonces, me encantaba patear mi ciudad (Valencia). Eso que va (o debería ir) intrínseco en las venas de todo periodista. Era 1999, año que empecé a estudiar Filosofía tras cierto vacío académico producido por la carrera de Periodismo (o como su rimbombante nombre llamaba 'Ciencias de la Información). En verdad, a mitad de Periodismo ya empecé a estudiar Filosofía por mi cuenta. 
Como quiera que tenía que iniciar un largo proceso que me llevaría una década de nuevos estudios universitarios (hacía cuatro años que trabajaba ya en la redacción del periódico), el aprovisionamiento de títulos en Filosofía se venía potente. Y resultó ser complicado. Más allá de los títulos "populares" (¿pueden serlo los libros de Filosofía?) desligados de Bachiller, resultaba complejo dar con una librería que tuviera un catálogo medianamente decente en Filosofía. Unos de esos días de pateo por la ciudad, mis pies me llevaron por la zona 'noble' de Valencia. En concreto, hasta la calle Pizarro. Justo enfrente de una discoteca que iba a ponerse muy de moda en la época (¿o lo había hecho ya? la memoria me falla...). 'Viridiana', se llamaba. La librería, digo. No el garito. Entré. 
Un hombre de aspecto sabio, con barba profundo, gafas y rostro afable, aguardaba al fondo de la misma. Leía en silencio. Sin agobiarme. Estuve un rato curioseando. Al final me acerqué y le pregunté por tres o cuatro libros que debía leer ese curso para las asignaturas de Antropología y de Historia de la Filosofía I. Sin vacilar, caminó seguro de un lado a otro de las estanterías cogiendo uno tras otro cada uno de los títulos. Me quedé maravillado. Por el trato, por su conocimiento exacto de la ubicación de los mismos y, sobre todo, por disponer de aquellos libros. Una vez estuve de vuelta en la redacción entendí que debía dedicar a aquella librería la columna de opinión que entonces escribía. La titulé, torpemente, "Viviana". Y no por un amor pasado. Francamente, no sé por qué, puesto que siempre he sido un gran cinéfilo. Días más tarde llegó al periódico una carta escrita a mano y firmada por un tal José Campos. Agradecía las palabras publicadas en prensa a su librería y señalaba dulcemente mi error al denominar la misma. 
Han pasado muchos años desde entonces. Académicamente y vinculados a la Filosofía: una carrera, un máster y una estancia en la Sorbona de París. En mi hogar, toda una librería encarga a un albañil 'ex profeso' para los libros que he ido adquiriendo en Viridiana. 
Viridiana vio la luz en el Pasaje Artis en 1968 fruto de la iniciativa de la esposa de José Campos (que en los años 60' trabaja en la Librería Bello de Valencia). Pasó de aquellas presentaciones y lecturas clandestinas en ese local largo y estrecho con sótano, a la calle Pizarro. Y de ahí, a Artes Gráficas, donde ahora se ubica. José Campos es un erudito. Con varias carreras a su espalda (Filosofía, Teología y Clásicas, entre otras), sus dos hijos pronto le acompañaron en los menesteres de la librería. A ambos he tenido el gusto de conocer. Con la crisis, el mundo editorial recibió un duro golpe, tras el ya recibido por el mundo digital. Luego ha venido el arrinconamiento de la Filosofía (las Humanidades en general, vaya) en el currículo escolar. Desde Madrid con la LOMCE, y en la Comunidad Valenciana con la genuflexión por parte de la Conselleria de Educación. Dramático. A ello se ha unido el incremento de las tasas universitarias en nuestro país, situación que imposibilita a muchos jóvenes estudiar una carrera (o Grado, como se llama ahora). 
Viridiana se ha querido reinventar. Con títulos más comerciales. No tan 'profundos', diríase. A veces escolares. Por su proximidad a Mestalla, decidió abrir los días de partido y ofrecer refrescos a fin de hacer algo de caja y compensar así sus libros de contabilidad. José Campos ya está mayor y ya no acude a la librería. Sus dos hijos se turnaban para atender el local. Ahora ya sólo está uno de ellos, su hija. Yo seguiré comprando. Ojalá y no se extinga su llama, pues no hay mayor amor a la Filosofía en Valencia que en esa librería.





Entrada de Viridiana en la calle Artes Gráficas. (Foto propia)

Entrada de Viridiana en la calle Artes Gráficas. (Foto propia

Interior de la librería Viridiana. (Foto propia)


Interior de la librería Viridiana. (Foto propia)


Interior de la librería Viridiana. (Foto propia)


Interior de la librería Viridiana. (Foto propia)


Interior de la librería Viridiana. (Foto propia)


Última adquisición en Viridiana (agosto 2017). (Foto propia)


Regalo a los clientes fieles de la librería Viridiana por su XL aniversario. (Foto propia)


miércoles, 18 de enero de 2017

Cuentos de invierno

Cuentos de invierno


Amor a medias

No era una cafetería a la moda. Tampoco un lugar cutre. No estaba en el centro. Pero tampoco muy apartada. Allí se habían citado. Un día cualquiera entre semana. Sin ser la hora del café, pero  tampoco la de las copas. Era media tarde de esa cita a medias de todo. Nada reinterpretable, pues. Acudieron puntuales. Él tendría unos 65. Ella, puede que alguno más. Él optó por un traje chaqueta. Sin corbata. Quería dar buena impresión, pero sin pasarse. Tal y como se había configurado la cita. Ella lucía el peno canoso. Largo aunque sin llegar a lucir melena. Ninguna mujer de su edad lucía ese color de pelo y, mucho menos, semejantes dimensiones.
-¿Entramos?_sugirió ella a fin de evitar curiosos.
En el zaguán recorrieron con la mirada el salón que les aguardaba. De tamaño medio. La barra seguía por limpiar. El camarero les miró. Aprovechó la indecisión de la pareja y prolongó su charla en redes sociales. Apenas había gente a esa hora. Unos cuantos en la zona de la derecha. Enfrente tan sólo un joven que hojeaba una revista de cine. Parecía el rincón idóneo para instalarse.
_¿Qué te parece ahí?_señaló él con un gesto de sus cejas.
La mujer asintió. Ambos caminaron juntos. La estrechez entre las mesas hizo que casi tuvieran que tocarse, pero ambos lo evitaron con mucho empeño. Como si hubiera sido un error fatal en esa cita donde todo era a medias. Tomaron la mesa que quedaba libre junto al cinéfilo que, enfrascado en la lectura, ni se molestó en agitarse.
El camarero dejó su móvil con fastidio y les atendió con la desgana propia del sector en España. Ella pidió zumo embotellado y él café solo.
_Bueno, ¿y tú a qué te dedicas?_preguntó él, todavía sobrepasado por la artificialidad de un encuentro parido en las nuevas tecnologías.
Ella comenzó a hablar. Pero fue breve. Trazó unas líneas maestras. Era químico y vivía en las afueras de la ciudad. Poco más.
_¿Y tú a qué te dedicas?_prefirió relanzarle la pregunta.
Algo más relajado comenzó hablando de su trabajo. Él era comercial y viajaba mucho. Presumió de haber estado aquí y allá "donde también he estado destinado". Alternaba entre ciudad y ciudad de la geografía nacional. De vez en cuando ella apuntaba haber visitado algunas, momento que él aprovechaba para profundizar con anécdotas, como justificando su estancia en el lugar. Su recorrido geográfico le hizo relajarse. Fue entonces cuando deslizó en la conversación a "la mujer de mis hijos". De ahí pasó a sus hijos. Al final monopolizó una charla que no se anduvo con tapujos íntimos. Cuando se dio cuenta de esto, lanzo a la mujer algunas preguntas para que también ella emergiera de su madriguera.
Pero ésta se centró en su trabajo. En cómo marchó del interior del país a la costa según necesidades de la multinacional para la que trabajaba. Sus ascensos dentro de la compañía. Los años venideros y la inminente jubilación. Pero no habló de su vida personal. Hasta que de pronto, sin frase de transición ni temas previos introductorios, dijo:
_Por cierto, él me dejó. Porque fue así. Él me dejó tirada.

Se miraron fíjamente. Pasaron algunos segundos. Ninguno quiso decir nada. Finalmente él desvió su atención hacia la taza de café, que ya no estaba caliente. Pero tampoco fría. Sino a medias.


Le Commandant

Desde que marchó de su país y se instaló en España se sentía sola. Retirada y con dinero de sobra para no saber qué hacer con él, tras unos meses decorando su casa hasta el más mínimo detalle, comenzó a aburrirse. Entonces decidió salir a la calle. Le habló a su chófer, antiguo propietario de la vivienda venido a menos al que ella tuvo la "cortesía" de contratar, de darle vueltas por la ciudad. España nada tenía que ver con Francia. Era mucho más alegre. Soleada. Y en ese lado del Mediterráneo la palabra 'invierno' se conocía por los anuncios de Navidad. Sin idioma no podía establecer amistades... pero con dinero podía importar a las suyas. Así que decidió montar regularmente fiestas en su nueva mansión y traer como invitados a sus amigos de la élite parisina. Un sábado de invierno reunió a una veintena de personas. Todos ellos venidos de París a gastos pagados. Y alojamiento en esta mansión al más puro estilo colonial americano. Posmodernismo puro en pleno monte mediterráneo. Habitaciones, de sobra. Entre los invitados, un solo un español. Un abogado bilingüe que el azar puso en su camino. En concreto, en la sucursal del banco donde estaba transfiriendo sus capitales y cuya empleada, con dominio sobrado en inglés tal y como se exigía hoy a todos los salidos de las universidades, no sabía ni decir 'croissant' en francés. Él oyó el intento de conversación a lo lejos y se prestó amablemente a ejercer de intérprete. Entonces se hicieron amigos.

En parejas llegaron de París. Casi todo matrimonios jubilados o a punto de hacerlo. Algunos de ellos tentados por el clima y la alegría. Tal fue, precisamente, el principal tema de una velada informal. Cocktail servido de pie. Champagne traído de sus viñedos de Champagne. Luz tenue y música de fondo. A mitad de la velada se descubrieron los 'no emparejados'. Una jovencita de apenas 24 años que parecía salida de la novela de Nabokov. Mirada ingenua pero provocativa. Pelo largo. Labios rojos. Leve bisutería. Pantalones y camisa propias de su edad. Y con ganas de bailar. A ella comenzó a merodearle un hombre de mediana edad vestido de traje y corbata. Quizá del mismo modo que iría a trabajar al despacho. Era un alto funcionario de la capital francesa. Más cerca de los 40 que de los 30. Con la clásica fisionomía con que los españoles describen a sus vecinos del otro lado de los Pirineos. La seguía por todo el salón. A ratos resultaba violento incluso para el resto de presentes. También había un hombre corpulento. Tendría poco más de 40 años. De raza negra. Cabeza afeitada y barba poblada. Vestía traje chaqueta y lucía en su mano izquierda un grueso anillo rockero. Entre los presentes el comentario 'sotto voce' comenzó a ser: "Mira, se parece al actor ése de Pulp Fiction".

Al abogado le comenzaron a resultar tediosas unas conversaciones que ya giraban una y otra vez sobre lo mismo: que si la crisis, que si los planes de pensiones, que si el precio de la vivienda en España, que si la nueva edad de jubilación... No era ni medianoche y ya tenía ganas de marcha a casa y abrir un libro. De vez en cuando, para animarse, escrutaba al funcionario en su torpe intento por seducir a la veinteañera. Más aún cuando la jovencita le había dicho al abogado "me voy a trasladar a Argentina, ¿sabes? odio a los franceses". Pobre rompeolas.
El corpulento hombre de raza negra sería la última oportunidad antes de condenar la enésima noche tirada a la basura.
_Hola, me llamo Javier. No nos han presentado.
_... no... creo que no... Yo Thierry.
Ambos estrecharon enérgicamente sus manos.
Thierry era comandante de la Policía en París. Tenía 115 hombres a su cargo. No le gustaba escuchar los problemas de sus hombres. "No soy un psicólogo", repitió varias veces, como justificando la relación 'operativa' que le unía a sus subalternos. Nunca había viajado a España.
_¿Qué es lo que más le gusta de mi país?_ preguntó el abogado.
_La tranquilidad con la que se vive aquí... quiero decir... la relajación de la Policía.
La mente del abogado rescató de inmediato el atentado de la sala Bataclan. La sensación que se vive ahora en Francia. El remonte de la extrema derecha en sus elecciones. El descenso del turismo en París.
_Bueno, en España se extremaron las medidas durante unas semanas. Pero luego se relajó.
El comandante negó con la cabeza. No entendía ese relajamiento del que hablaba el abogado. Como la charla podría tomar una deriva innecesaria, el letrado dio un giro de timón.
_¿Cómo es que no habla nada de español?
_Muy poquito. Y eso que lo estudié tres años en la Universidad. Pero nos lo enseñaban muy mal. Los profesores, la temática... fíjate, nos hablaban de la Revolución Cubana y cosas así. Un tostón. No recuerdo ni una palabra.
Al abogado le apenó esto. Como español y como amante de las lenguas.
_Me extraña que un país que cuida tanto la cultura como el suyo, referente para muchos en ese aspecto, maltrate así una parte de la cultura tan fundamental como los idiomas.
_Pues así es. En el mundo de la cultura se protege mucho el sector editorial: los libros, los escritores... Los precios de los libros son los mismos por doquier. Sólo se permite a algunas superficies como la Fnac y cosas así bajar el precio durante los primeros días de promoción. Luego, vayas donde vayas en Francia, no te marean con el precio.
_¿A usted le gusta la lectura?
_Hace años que escribo cuentos infantiles. También trabajo para Hachette.

PD: Hachette es una de las legendarias editoriales francesas.



Ibrahim

En la Alameda de Valencia, justo antes del Palau de la Música, mendiga Ibrahim. A la hora de la sobremesa no transita casi nadie. Ibrahim contempla se despereza la tarde de invierno. Sin tarea que realizar ni lugar donde ir. Los vehículos comienzan a poblar las calles de Valencia. La jornada de la tarde va a dar comienzo. Aunque a pie, nadie se ve. Ya nadie camina lejos del centro. A lo lejos aparece alguna señora mayor cabizbaja. Casi sin darse cuenta alcanza la espigada figura del joven negro. _"Señora....", le dice él.
La anciana levanta la cabeza y descubre el blanco marfileño del joven senegalés que le sonríe complacido.
_Iiiiia, un negre!!_ exclama la anciana al tiempo que acelera el paso hasta que, con paso de legionario, franquea el Puente de Aragón, muy transitado y conectado al centro de la ciudad. Una vez allí, mira por el rabillo del ojo y luego aminora la marcha hasta recobrar el resuello. Ibrahim le dice adiós con la mano. Era la primera persona con la que casi habla en horas.
Las tardes de otoño son muy breves. En nada llegaría el imperio de la fría noche. No eran ni las seis cuando apareció un hombre. Se miraron a los ojos. Ibrahim vio que no le rechazaba el saludo, ni variaba su marcha.
_Disculpe, ¿sabe dónde podría dormir esta noche?
El joven se detuvo. Sacó las manos de los bolsillos y abrió un poco la chaqueta para relajar su postura corporal.
_Perdona, ¿qué has dicho?
Ibrahim sacó un folio doblado del bolsillo y se lo enseñó. Había una palabra garabateada con mala caligrafía. También una dirección.
_He ido aquí esta mañana pero me han dicho que debía estar empadronado en la ciudad para poder darme de comer.
El joven distinguió la palabra "Casacaridad". Así, escrito todo junto.
_Ese lugar es el indicado, así es. ¿Dices que no te han dado comida? Me extraña. Lleva toda la vida en Valencia atendiendo a los necesitados. A ver, espera.
El joven sacó un teléfono de última generación, tecleo con rapidez y se llevo el teléfono al oído. Pasaron los segundos.
_Mira estoy llamando a Casa Caridad para ver si eso es verdad, pero no me lo coge nadie. Qué raro.
A Ibrahim la calle le había hecho desconfiado. El joven notó en la expresión del indigente esas dudas.
_Espera, espera, que lo vuelvo a intentar.
No hubo éxito. Lo segundos pasaban y se hizo el silencio entre ambos. Esto incomodó al joven, voluntarioso pero no resolutivo.
_Bueno, si no me puede ayudar no pasa... No se preocupe... Esto del papel me lo había apuntado un señor para que fuera pero me han dicho que sin ser yo de Valencia...
El joven levantó la cabeza y miro de izquierda a derecha por los techos de la ciudad, tratando de analizar barrio a barrio algún lugar, municipal o de ONG, que pudiera ayudar al senegalés. Nada le vino a la cabeza. Y eso le preocupó pues no sabía cómo su ciudad podía ayudar a una persona sin recursos. Volvió a coger el teléfono y llamó a una amiga .
_Espera que llame a una amiga, seguro que ella sabe de la oficina adecuada....
Pero el teléfono sonó y sonó y ni la amiga ni el Ayuntamiento descolgaron el teléfono. Entonces se acordó de otra persona, la mujer de un amigo suyo, que ahora trabajaba en Casa Caridad. Llamó a su amigo y le pidió el teléfono de ella.
_Ya tengo el móvil de la mujer de un amigo que trabaja en Casa Caridad. Como mi amiga del Ayuntamiento no me coge el teléfono, insistamos con Casa Caridad a ver.

Ibrahim sonrió. No parecía teatro tanta llamada. Más aún la última en la que sí que vio cómo conversaba con aquel amigo suyo.
_¿Oye tú trabajas?_preguntó Ibrahim.
El hombre separó su mirada del móvil y sonrió.
_Ya no. Antes lo hacía, allí_señaló un enorme edificio que sobresalía al norte de la ciudad y volvió a colocarse el teléfono al oído. Conversó durante un rato con la mujer de su amigo. Luego colgó y le pidió la tarjeta de residencia a Ibrahim. Fotografió el documento por ambas caras y se las envió por wasap a la mujer.
_Mira, esta chica ahora mismo no está en Casa Caridad pero en un rato irá allí adrede. Me ha dicho que le vaya enviando tu documentación para ver qué ha pasado y me ha insistido en que de ninguna de las maneras te pueden haber negado comida si has ido a las nueve de la mañana. Me ha dicho que vuelvas ahora mismo.
Ibrahim levantó la cabeza, miro la baranda que separa la alameda de la caída del antiguo cauce del río Túria y dudó.
_¿Seguro que si vuelvo allá me darán de comer?
_Mira Ibrahim. Ahora mismo no pierdes nada y aquí poco tienes qué hacer.
Ibrahim le explicó que la noche anterior unos rumanos le habían asaltado, golpeado y quitado casi todas sus pertenencias. Había viajado de Cataluña a Valencia con la promesa de encontrar trabajo en el campo. Pero los días pasaban y no sabía qué hacer, ni adónde ir ni cómo dar con ese trabajo del campo. Finalmente sonrió y dijo:
_Bueno, es verdad. No pierdo nada. Además, esos rumanos... como me los vuelva a cruzar se van a enterar.
Ibrahim es musulmán y hablaba un castellano casi perfecto. Había estudiado un año de Económicas en Cataluña pero el dinero ya no le había dado para seguir en la universidad y algunos amigos le sugirieron coger el autobús en noviembre para ir a trabajar la naranja a los campos valencianos.
_Toma, es todo el dinero suelto que llevo.
El  hombre le extendió su mano con no más de cinco euros.
_No hace falta, de verdad. Gracias señor.
_¿Estás de broma? Claro que te va a hacer falta. Mira, yo no vivo en la ciudad ni tengo trabajo, pero es lo mínimo que puedo hacer. Ojalá hubiera podido ayudarte más.
_Que Alá le bendiga. ¿Cómo se llama?
El hombre se presentó. Nunca nadie le había deseado una bendición divina. Ya casi nadie se despedía así . Y menos aún estrechaba la mano con gratitud. Al minuto la alameda quedó vacía. Un autobús se detuvo unos metros más allá para vomitar decenas de turistas chinos con bono de fin de semana. Iban al Palau de la Música

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miércoles, 5 de octubre de 2016

Descerebrados de moda

Tribuna Abierta publicada en Página 4 del periódico Levante EMV (29 septiembre 2016. http://www.levante-emv.com/opinion/2016/09/29/descerebrados-moda/1472903.html)

Estimado lector que inviertes unos minutos para leer un artículo de prensa: no te voy a decir nada que no haya dicho antes a mis alumnos de Filosofía. «Lo que quiero enseñaros no es sólo que sepáis afrontar este examen, sino que sepáis abordar una conversación con vuestros padres, una discusión en vuestros futuros trabajos y, llegado el caso, cuando os enfrentéis a vosotros mismos en el silencio de ciertas preguntas. También aprenderéis a escuchar antes de hablar. Y a valorar las ideas de todo el mundo». Esto mismo anuncié en clase de Bachiller momentos antes de repartir un examen de Filosofía. El filósofo es incómodo, lo sé. Pero eso mismo le hace humano. Y todo dirigente, de un país o de una gran empresa, debiera tener uno a su lado para que le diga lo que nadie le dice; porque no lo ve o porque no se atreven a decírselo. Al filósofo no le mueve el interés personal, sino la verdad. Por ahí quedaros tranquilos, competidores de oficina. Hacia esta dirección deben dirigirse los pasos del ser humano. Que no os distraigan las flashes ni los cutis de los famosos. No os convirtáis en descerebrados de moda. Aún estamos a tiempo de, sino reenderezar la deriva de la sociedad, al menos de compensarla. 
En el mercado laboral, además, ojo a lo que viene: en un puñado de años, más pronto de lo que pensamos, el 60% de los trabajos actuales serán asumidos por las máquinas. No es una novela de ciencia ficción. La tecnología crece en progresión geométrica. Ya existe un hotel en Tokio donde todos sus empleados son máquinas. Es lo que viene. Haceros fuertes en algo que jamás pueda desempeñar una máquina pues de lo contrario seréis «amortizados». Así, a mis alumnos les expliqué el Test de Turing y luego debatimos de en qué nos distinguimos de los animales. Les hablé del lenguaje. De Saussure y de Merleau-Ponty. De la capacidad creativa. De cómo el ser humano es capaz de resolver un problema «no dado» en su vida y de por qué diablos los castores llevan todo su vida haciendo los diques exactamente de la misma manera.

Querido lector, el hombre no es más que lo que la educación hace de él. Esto no es mío. Es de Kant. Y yo percibo que el sistema educativo está modelando a los alumnos para convertirlos en operarios. Trabajadores sumisos sin capacidad crítica. Ciudadanos sin herramientas para debatir sobre se hizo bien en disparar a aquel gorila de un zoo de Mississippi «por miedo a que hiciera daño» a un niño que había caído en el foso del animal. Nuestros alumnos deben poder afrontar la cuestión con argumentos biológicos. Desde el punto de vista antropológico. Social. E incluso religioso, sí. Alumbrar el problema desde todos los ángulos posibles. Es como dar vueltas a una casa para contemplarla desde todos sus lados y a diversas horas del día. Entrar en ella, tocarla, respirarla y vivirla. Escuchar en silencio si crujen sus andamios. Percibir cómo cambia su estética con la luz de la tarde y con la vida de una familia en ella. Y luego reforzar tu análisis con autores y corrientes que te enseñaron en clase. Sí, en Bachiller. Donde enseñamos a realizar una exposición adecuada en la que demuestres que has sido capaz de detectar la auténtica problemática de la que vas a hablar. Demostrar que sabes definir los términos que utilizas. Que conoces los matices e inexactitudes en el uso de tus palabras, pues sin el buen uso y la correcta definición compartida de ellas (principio socrático) de nada sirve ponerse a hablar.
Lector puede que aún no lo sepas, pero la LOMCE ha suprimido la asignatura de Filosofía en Segundo de Bachiller. Algunas CC.AA. se han plantado ante esta medida y le han echado un pulso al Ministerio para frenar este retroceso intelectual en España. Semejante desobediencia al Ministerio de Educación está fundada. Es un acto de responsabilidad intelectual. Y como está justificada yo aplaudo a estos gobiernos autonómicos. Pero también les envidio, pues el mutismo de la Conselleria de Educación Valenciana calla y se me antoja connivente. ¿Quiere el Consell ser corresponsable en este embrutecimiento de los valencianos? ¿Está a favor de convertir las escuelas valencianas en factorías de operarios eficaces? Estimado Consell. Estimados ciudadanos: ¿de qué sirve conducir un Aston Martin, un Bentley o un Jaguar si el conductor es un idiota?

martes, 24 de mayo de 2016

No quiero más huéspedes




Todos sabemos qué es un ‘huésped’. Pero os lo recuerdo: “persona alojada en casa ajena”. No es ésta una definición xenófoba, sino de voluntad de permanencia. Mi modo, de amor. Aclarado por donde van a ir los tiros: no quiero más huéspedes en el Valencia CF.
Quiero que aquel que venga se quede a vivir en mi casa. Bien porque lo deseaba antes de venir bien porque aunque no lo deseara, al entrar en ella no tuvo ya otro pensamiento que formar parte de la misma. Del Valencia CF. Y me da lo mismo que haya nacido en el barrio o en Kuala Lumpur, pues los sentimientos no entienden de fronteras. Algunos de los más admirados miembros de nuestra familia no nacieron aquí; son de Castilla-León, del País Vasco, de Argentina…Pero no estuvieron de paso. Casi ninguno antes de llegar. Y si hubo alguno antes de hacerlo, al descubrir nuestra casa la respetó, la amó y ahora la venera. Pues siempre será su casa.
Me temo que hace ya tiempo solo hay huéspedes que van y vienen. Los he visto desde la ventana  como la mayoría de vosotros, pero también desde el interior de la casa, como algunos sabéis. Huéspedes sin pena ni gloria en el mejor de los casos, o costándonos disgustos en el peor. Facturas que aún pagamos por inexperiencia o mal asesoramiento en el mejor de los casos, o por mala fe en el peor de ellos. Que de todo hubo… y sigue habiendo.
Este fin de semana he visto la cara honrada y orgullosa de Jaume Doménech pese a las pachangas de Singapur. Y me he dicho varias cosas; ahí tienes a un jugador sin experiencia en Champions… que tiró del carro en esa competición ante la indolencia de una plantilla de huéspedes. También me he dicho: ahí tienes a un chaval que te salvó 10-12 puntos que ahora te harían permutar tu plaza en Segunda con el Rayo, Getafe o Levante UD… y al que se le premió con un ‘destierro-express’ sin motivo profesional alguno (mi gran epifanía personal en el VCF). Ahí tienes a un chaval que siendo mejor, igual o peor que Ryan y Alves no te ha tirado petardos en el vestuario. Y por último me he dicho: sí, ahí tienes a un chaval que pese a todos los “ahí tienes” de antes está en Singapur, solícito, posando con la mejor de sus sonrisas.
¿Sabéis por qué? Porque Jaume no es un huésped. Y yo estoy harto de huéspedes. De eso, y de que se forren las paredes con fotos de principios de siglo; cuando en nuestra casa la gente quería vivir, crecer y morir.


Publicado en Café Mestalla (http://cafemestalla.com/no-quiero-mas-huespedes/)

lunes, 23 de mayo de 2016

Adiós, querida

Hace ahora 16 años marché de casa de mis padres. No porque me llevara mal con ellos, todo lo contrario, sino porque como quiera que me educaron a valerme por mí mismo y yo hacía un tiempo que tenía trabajo, entendí que era el momento de irse.
Como todos los pasos que doy, me comprometo al máximo. Así que abandoné el ambiente doméstico asumiendo mi nueva autonomía con todas sus consecuencias. Y las de las tareas del hogar, también, claro. Debía aprender a cocinar, a planchar, fregar, hacer la colada, reparar persianas, poner cuadros... en fin, todo lo que hacían mis padres. En ese instante tú entraste en mi vida, querida.
Yo apenas sabía gran cosa de las tareas domésticas. Aún recuerdo aquel artículo que publiqué en prensa narrando mi primera colada tendida un fuerte día de viento en el barrio de Malilla... Vaya desastre. ¿Pero quién nace aprendido? El caso es que no quería llevarle la ropa a mi madre los fines de semana y que la pobre mujer, que ya hizo ocupándose de tres hombres (y varios perros), se arreará el planchazo dominical y le entregara al "nene" la ropita hecha junto a una montaña de 'tuppers' para evitar cocinar de lunes a viernes. No quería ser así, no.
Como tampoco quería que entrara ninguna mujer de  la limpieza en mi hogar. Quería aprender a hacer esas cosas yo para que, llegado el día, tuviera la mente clara a la hora de enamorarme de una mujer. Lo entendí como una manera de despejar el camino al amor verdadero, sí.
Una tarde en Burjassot te encontré. Me recordabas a mi infancia: alegre, poderosa y simpática.
El tiempo ha corrido desde entonces, ¿verdad? Sé que has visto mucho y contado nada. Éxitos y desengaños en el trabajo. Amigos que vienen y van, unos pocos que se quedan y vuelven (muy pocos). Y de chicas mejor ni hablar.... Ya sé que me ha costado dar con la adecuada, ¡qué quieres, no he sido muy rápido para ciertas cosas en la vida! Pese a todo tú siempre demostraste paciencia maternal y sé que no juzgabas a ninguna (eso ya no es maternal).
En silencio esperabas que fuera a buscarte. Te necesitabas y cumplías. Punto. Así de sencillo. Este fin de semana el óxido que ha ido recubriendo tu cuerpo y que yo me negaba a ver, ha dado paso a una serie de atascos en tu respiradero. Me temo que llegó la hora del adiós, fiel amiga.

Hormiga atómica, nunca te olvidaré.





viernes, 6 de noviembre de 2015

Piña entre la EMT y un taxi

Aunque un taxi no es un tren y un autobús tampoco lo es, que piñen estos dos vehículos yo lo entiendo como un 'choque de trenes'. Cualquiera que circule por la ciudad sabe esto. El resto de conductores tememos a estos dos depredadores de la calzada urbana. Sin duda los que ocupan la cúspide de la pirámide alimenticia. Se meten en tu carril sin señalizar la maniobra, toman un curva invadiendo varios carriles... y ya te quitarás tú. Pero bueno, eso es otra historia. Aquí lo interesante es saber qué ocurre cuando se enfrentan el Tyrannosaurus Rex con el Giganotosaurus. Pues yo lo he vivido. A los periodistas nos encantan estas cosas. Podemos acercar al lector lo que realmente pasa en la calle. Pero para eso hay que estar en la calle. Aunque eso también otra historia (del sector prensa, cada vez más 'oficinista').

Les decía, ayer jueves 5 de noviembre de 2015, a eso de las 12 h. del mediodía, cogí el '4' de la EMT con mi nuevo bono recién comprado (8 euros del mismo + 2 euros de la tarjeta. Total 10 euros) en la calle de las Barcas. No habíamos llegado a la siguiente parada cuando un taxista chirrió, lateral con lateral en claro homenaje a las cuadrigas de 'Ben Hur', con nosotros a la altura del Palacio de Justicia. Qué casualidad, por cierto. Todos los pasajeros nos asustamos. No fue un golpe pero el quejido metálico nos causó zozobra, vaya. El conductor arrimó el autobús en un lateral de la Plaza de las Américas para evitar entorpecer el tráfico. El taxista lo estacionó tras él. Miré hacia atrás por una de las puertas (primera de las fotos que acompañan esta peripecia). El retrovisor izquierdo del taxista se había desintegrado. No pude ver más de su lateral, aunque intuyo habría más daños. Del autobús, ni idea. No llegué a bajar de él hasta el final del relato y cuando lo hice ni me acordé, francamente.

Taxista siniestrado aparcado tras el '4' de la EMT.

El conductor del autobús no se puso nervioso ni lanzó ningún improperio como cualquiera de nosotros hubiera hecho al tener un accidente. Muy profesional. Acomodó el mastodonte rojo en esa flexión hidráulica semilateral derecha, abrió las puertas y descendió para hablar con el conductor del taxi. Al poco regresó a la cabina, extrajo unos papeles e informó por radio del incidente. Muchos pasajeros, viendo que la cosa iba para largo, decidieron abandonar el autobús en silenciosa resignación. Otros permanecimos en él. El taxista regresó al '4' y se asomó por la puerta frontal. No llegó a subir. Pero todos pudimos comprobar su estado de nerviosismo. Por supuesto, nadie tenía la culpa. Eso es tan español como el Quijote. Taxista y 'busero' (me permitirán el coloquialismo que rescato de mi época escolar) intercambiaron versiones tipo "Iba yo en mi carril y eres tú el que te has metido en él" sin esperar a que el otro cediera su postura. Eso que vemos a diario en cualquier tertulia de TV. Nada nuevo bajo el sol.




El conductor de la EMT rellenando el 'parte'.

Pasaron los minutos y alguno pasajeros se fueron impacientando. "Tengo cita con el médico a las 12 h y no voy a llegar. Son menos diez", se quejó uno. La señora de al lado apuntó: "No es culpa del conductor". Calló. No obstante, el 'busero' se giró a la media docena de pasajeros que aguardábamos con paciencia y nos habló en valenciano. Nos dijo que a apenas 30 metros se encontraba la parada de Navarro Reverter, donde el siguiente '4' pasaría en breve. "Ya, pero van todos cargadísimos, como para subir en otro...", musitó alguien tras de mí. Al parecer un crucero había llegado a la ciudad, y cuando eso sucede las líneas que llegan al Puerto de Valencia (el '4' entre ellas) se colapsan.




 El conductor de la EMT aguarda paciente la llegada de la inspectora.

A mi izquierda una anciana llamó a su nieta por teléfono. "Nena hoy haré fideuà, pero llegad un poco más tarde que aún estoy en el autobús". A mi derecha dos hombres debatían: "Oye, y los que se han bajado... ¿pierden el billete? ¿Les cuenta un pasaje del bonobús o se lo reintegran de algún modo?". Son las dudas del consumidor, claro. En una ocasión se fue la luz en Kinépolis y el acomodador nos pidió el corre electrónico a los presentes. En unos días me llegó un e-mail de un responsable de los cines belgas diciendo que podríamos disfrutar de una sesión gratis. Por ejemplo.



  La inspectora de la EMT finaliza su trabajo y abandona el lugar.


Una mujer perfectamente uniformada llegó al lugar. Era la inspectora de la EMT. Lo primero que hizo fue hablar con el taxista. "¿Está usted bien?". Luego subió al autobús y le preguntó al conductor algo similar. Hablaron unos minutos, recogió unos papeles y marchó (foto superior a estas líneas). Arrancamos. Pasamos varias paradas de largo. Le pregunté al 'busero' si no tenía previsto parar en alguna, pues ya me veía donde los cruceristas... "Jo pare on vosté necesite", me respondió. Y así lo hizo.


Esto es lo que ocurrió. Los empleados de al EMT evidenciaron mucha profesionalidad. Tanto el conductor como la inspectora. Nunca transmitieron nervios al pasaje (ni al taxista), ejecutaron su protocolo de actuación en caso de accidente según toca y a tiempo. Estuvieron amables con nosotros y se nos habló en castellano o valenciano según la lengua en que nosotros les habláramos a ellos. 

Creo que está bien contar estas cosas. Son nuestro día a día. Sin cámaras ni ruedas de prensa en traje chaqueta. Es esta gente quien realmente hace funcionar los servicios. Las empresas. Públicas o privadas. Estos comportamientos provocan que uno vuelva a subirse al autobús o no. La calidad del servicio fideliza al usuario. También le hace crecer. Y yo quiero que quede constancia por esta gente de la línea '4'.