lunes, 23 de mayo de 2016

Adiós, querida

Hace ahora 16 años marché de casa de mis padres. No porque me llevara mal con ellos, todo lo contrario, sino porque como quiera que me educaron a valerme por mí mismo y yo hacía un tiempo que tenía trabajo, entendí que era el momento de irse.
Como todos los pasos que doy, me comprometo al máximo. Así que abandoné el ambiente doméstico asumiendo mi nueva autonomía con todas sus consecuencias. Y las de las tareas del hogar, también, claro. Debía aprender a cocinar, a planchar, fregar, hacer la colada, reparar persianas, poner cuadros... en fin, todo lo que hacían mis padres. En ese instante tú entraste en mi vida, querida.
Yo apenas sabía gran cosa de las tareas domésticas. Aún recuerdo aquel artículo que publiqué en prensa narrando mi primera colada tendida un fuerte día de viento en el barrio de Malilla... Vaya desastre. ¿Pero quién nace aprendido? El caso es que no quería llevarle la ropa a mi madre los fines de semana y que la pobre mujer, que ya hizo ocupándose de tres hombres (y varios perros), se arreará el planchazo dominical y le entregara al "nene" la ropita hecha junto a una montaña de 'tuppers' para evitar cocinar de lunes a viernes. No quería ser así, no.
Como tampoco quería que entrara ninguna mujer de  la limpieza en mi hogar. Quería aprender a hacer esas cosas yo para que, llegado el día, tuviera la mente clara a la hora de enamorarme de una mujer. Lo entendí como una manera de despejar el camino al amor verdadero, sí.
Una tarde en Burjassot te encontré. Me recordabas a mi infancia: alegre, poderosa y simpática.
El tiempo ha corrido desde entonces, ¿verdad? Sé que has visto mucho y contado nada. Éxitos y desengaños en el trabajo. Amigos que vienen y van, unos pocos que se quedan y vuelven (muy pocos). Y de chicas mejor ni hablar.... Ya sé que me ha costado dar con la adecuada, ¡qué quieres, no he sido muy rápido para ciertas cosas en la vida! Pese a todo tú siempre demostraste paciencia maternal y sé que no juzgabas a ninguna (eso ya no es maternal).
En silencio esperabas que fuera a buscarte. Te necesitabas y cumplías. Punto. Así de sencillo. Este fin de semana el óxido que ha ido recubriendo tu cuerpo y que yo me negaba a ver, ha dado paso a una serie de atascos en tu respiradero. Me temo que llegó la hora del adiós, fiel amiga.

Hormiga atómica, nunca te olvidaré.





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