jueves, 23 de julio de 2015

El decano de Filosofía

Me he vuelto a colar en un despacho. En el del decano de la Facultad de Filosofía (y Ciencias de la Educación) de la Universitat de València. Bueno, no me he colado. Digamos que no tenía pensado entrar. Ni había pedido cita. En fin que pasaba por ahí, vi la puerta abierta, di los buenos días y el decano se levantó de la butaca para que tomara asiento frente a la suya.
Dejé mi bandolera y el casco de la moto en el sofá de la entrada. Avanzamos a la par, y nos sentamos.
_Pues usted dirá.
¿Diré el qué? Yo no tenía prevista charla alguna. El que suscribe había ido a recoger unas fotocopias y ya está. Ocurre que la curiosidad del periodista hace que muchas veces uno husmee por pasillos, escaleras y plantas sin rumbo alguno. El caso es que vi una puerta abierta de la primera planta. Al lado, el cartel: Decano. Ni me fijé en el nombre. De hecho, lo tuve que mirar al irme para completar este artículo. Un hombre, al fondo, centraba su atención frente al ordenador. Esquinado, junto a un enorme ventanal que da al patio de entrada de Blasco Ibáñez. Yo me atreví a atravesar el umbral del despacho y arrojé un alegre "Buenos días".
El decano se giró. Me miró. No me reconocería. Ni yo a él. No nos conocíamos. Ni sabíamos como se llamaba cada uno. Sonrío y luego vino lo que sigue.
Charlamos de educación, de filosofía, del precio de las matrículas, de la política educativa actual y de la que puede venir, de la rebeldía de los alumnos y el comportamiento de los profesores. A veces uno se reclinaba sobre la butaca. Otras, apoyaba los brazos sobre la mesa. Debíamos llevar unos buenos 45' cuando entendí que quizá estaba abusando de su hospitalidad. Me despedí muy agradecido.
Jesús Alcolea hizo lo que yo creo que deben hacer las iglesias y las bibliotecas de todo el mundo: mantener sus puertas siempre abiertas para que cualquiera pueda entrar y reflexionar.

jueves, 16 de julio de 2015

No acudir a una cita, no devolver una llamada

Hoy me han dejado tirado en una cita. Y ya van tres veces en mi vida. Dos mujeres y un hombre. De distinto color político y edad similar. Por si puedo contribuir a algún estudio estadístico.

He esperado 20' de cortesía, solo en un bar (o donde se haya quedado), después de haber adecuado mi agenda personal y profesional para acudir a un lugar que no me pilla ni de paso. Transcurrido ese tiempo, le he comunicado a la figura ausente vía wasup que me iba. De inmediato, ha saltado como un resorte el automatismo del trabajo (ya saben, "es que tengo mucho trabajo", "es que se me ha amontonado la faena", bla bla bla) a modo de atenuante. Eso ocurre mucho por aquí. Por España, digo.
El "es que voy superliado, tú ya sabes" se ha convertido en el "yo lo había hecho, se lo prometo seño, pero el perro se me ha comido los deberes" del alumno irresponsable que ha llegado a la edad adulta. Y así uno queda libre de pecado. La bula neocapitalista, entiendo. O algo así. Francamente, no sé. Y digo no sé porque no llego a entender cómo con la desbordante capacidad comunicativa inmediata de hoy en día (llamada, sms, wasup, line, telegram, privado por RRSS, mail... ) no avisas del retraso.
En caso de que el retraso sea tan mayúsculo que consideres mejor anularla la cita, avisa igualmente y propón una alternativa (a la que por supuesto te amoldarás y pagarás lo que se tome en la mesa a cuenta del trastorno de agendas que has ocasionado).


Tal vez en la era pretecnológica los desplantes ocurrían menos. Tiempo atrás quedabas con una persona tal día en un lugar y habida cuenta que era imposible avisar de cualquier retraso, ya te las ingeniabas para organizarte el tiempo con garantía suficiente ante imprevistos. Pero eso se antoja otro debate. No es que vaya de nostálgico ni mucho menos. Aquí el asunto es otro.

Yo, como todos, poseo defectos, pero jamás he dejado tirado a nadie y siempre he devuelto cualquier llamado que me han hecho. Y si he dicho te llamo mañana, siempre he llamado mañana. Y si el lunes, pues el lunes. Si alguna vez me ocurriera, porque uno no puede decir jamás en la vida me pasará, se me caería la cara de vergüenza y llamaría a esa persona invitándole a comer para disculpar mi falta. Soy del pensamiento de que cuando uno incumple su palabra desprende cierto tufo a azufre profesional (y por ende, personal) del que ya es difícil que se desprenda. Y digo profesional porque sacar de la chistera el conejo del "es que voy superliado, tú ya sabes" me parece una metedura de pata laboral grave dado que evidencia una falta de organización y/o de previsión. Indica que la persona no sabe organizarse el trabajo y que éste se le amontona. Mal. Y si además no avisa del retraso, peor aún.

Desde finales del siglo XX la gente va cada vez más a la suya. Hace largo que el individuo dejó de pensar en el Otro. Ni en partido. Ni en club. Ni en país. Ni en universal. Ni en Humanidad. Soy yo, yo y yo. No quiero hacer de esto un ensayo postmodernista, porque creo que la realidad es mucho más sencilla por más que le duela al que han dejado tirado. A mí, en este caso. Y es que no eras importante para esa persona. Así de claro.