¿Dónde se han metido
los adultos?
Ayer detuve la moto para empujar el coche de una conductora
que se había quedado tirada. De cosas así uno no espera nada a cambio. ¿Qué
esperar de alguien a quien jamás volverás a ver? Tampoco aguardo justicia celestial.
De hecho, minutos más tarde casi me derriba un coche en una de esas repetidas
maniobras invasivas de carril.
Pese a todo creo que deben hacerse.
Me entristece que nadie frenase su marcha para ayudar a la
mujer. Acalorada, con evidente sobrepeso, a todas luces incapaz de valerse por
sí sola para empujar su coche y dejar de ser un estorbo para sus semejantes.
Eran las 19.20 h. del pasado martes 29 de mayo. Ese día mi mujer, embarazada y
a pocos días de dar a luz, celebraba su cumpleaños. Hora punta. Final de
jornada laboral. Los tres carriles de la Ronda Norte vomitan coches, furgonetas
y motocicletas sin respiro de 19 a 20 h. Pero allí nadie ralentiza su marcha si
no es por morbo de mirar de soslayo la desgracia ajena. Está claro que la TV ha
logrado su objetivo.
La gente va a la
suya. Nadie empatizaba con otro ser humano. Una vez alimentada su maldita
curiosidad, pisan el acelerador, suben la música y quizá envían un ‘whassApp’ confiados
en que a ellos jamás les ocurrirá algo así. ‘Ya se apañará’ es el pensamiento
que define la actitud de todos ellos.
Afortunadamente, un agricultor del huerto vecino también se
percata del abandono; suelta su azada, escala el terraplén y me alcanza con
paso renqueante. “Señora, póngase al volante y vaya arrimándolo mientras
nosotros empujamos”. No fue una gran hazaña. Qué va. Entre aquel anciano y yo apenas
tardamos dos minutos en arrimar el vehículo al bordillo. La mujer nos regaló
una sonrisa nerviosa y algunas palabras que yo casi ni entendí. Eso sí, su cara
se iluminó. Lo hizo con esa luz que sólo desprende la gratitud. Tan rara de ver
ahora. No porque el ser humano la haya apagado, sino porque escasean los gestos
que la encienden. Está latente, ahí. En todos nosotros.
El agricultor regresó al campo. Yo me subí en la moto. Todos
desaparecimos. Y yo me niego a que se esfume lo que allí ocurrió. La prueba
evidente de que España involuciona a una edad infantil.