miércoles, 22 de febrero de 2012

Ahora toca madrugar y gastar suela de zapato

No es esta una historia de ministros. Ni de manifestaciones. Ni saldrá en prensa ni será TT en twitter. Pero creo que ilustra por donde van los tiros ahora y quiénes se han dado cuenta de ello.

Me dieron una piña en la parte trasera del coche. Me acerqué al concesionario oficial (la marca no viene al caso, pues sería extensible a todas ellas). Aguardé un buen rato hasta que pudo salir un jefe de un jefe, con bata blanca de post-operatorio. El tipo, muy pulcro, husmeó el trasero de mi auto como los perros se hocican la culata entre sí. Se giró sobre sí y marchó a paso de lobo hasta un ordenador. Tripoteó unos minutos y regresó: "Te costará entre 250 y 280 euros". Por curiosidad, sólo por curiosidad, le volví a preguntar: "Y si se lo dejo, ¿cuándo estaría listo?". Como ese trámite ya no iba con él me respondió desde la nuca: "No sé, eso tendrías que llamar y que te dieran cita para la semana que viene".
Días más tarde mi hermano me puso en contacto con un tipo. "Se llama Rafa. Me dice que le eches una foto con el móvil al golpe y se la envies". Eso hice y al poco el tal Rafa me llamo. Me resultó cordial, sencillo y educado al teléfono. Me lo arreglaría por 90 euros: "Dime adónde quieres que vaya a recogértelo". Quedé con él a la mañana siguiente junto a mi trabajo. A las 9 AM. Yo llegué a las 8.45 h. y él ya estaba ahí, con chaqueta y bufanda: "¿Alejandro?", me preguntó sonriente nada más bajé del coche. Subió se lo llevó y al día siguiente me llamó. "¿Dónde te lo llevo?". Quedamos en el mismo sitio. Acudió puntual. El coche estaba impecable. Le pagué y le pregunté si quería que le acercara a algún lado. Francamente no sé cómo había acudido la víspera, antes de las 8.45 h, junto al estadio de Mestalla. "No, tranquilo, ya me voy yo como ayer. Cojo el tren", y se despidió sonriente con paso tranquilo por una bocacalle.
Rafa tiene un taller en el pueblo donde vive: Beniparell.

sábado, 18 de febrero de 2012

Quiero vivir en la bóveda

Fui a comprar unos libros y me encontré a Ricard, un compañero de profesión y ex trabajador, como yo, de LP. Fue el lunes. Hacía años que no lo veía. Yo tenía prisa. Supongo que él también. Como todos hoy. Vaya error. Vamos al 'tantán' de galeras. El cajero le estaba cobrando cuando yo entré en la tienda. Nunca me tomé un café con Ricard. A lo sumo cruzamos cañas alguna noche de encuentro fortuito. Pese a todo hubo siempre buena sintonía. Eso es todo. O eso es mucho. Me parecía un tío noble y yo no debí de caerle mal, supongo. El protocolo no alcanzó el minuto: me dijo que se había casado con una mexicana y, en el mes que iban a buscar el chiquillo se separaron. No entendía bien el porqué. Luego me habló de su nueva pareja y el 'despego' que ya sentía por ella. No habían pasado ni dos minutos de charla en ese instante. Ricard aún conservaba el trabajo, pero había variado ostensiblemente el tipo de programas que hacía ahora en TV (donde venía dedicándose los últimos años). Menos medios, menos repercusión, menos de todo. Pero Ricard estaba confiando en la vida. Y eso me gustó mucho. No estaba enfadado con esa chica mexicana. Tampoco odiaba su nueva situación laboral. Hablamos durante largo mientras el cajero, callado y paciente junto a ambos, aguardaba complacido. Nos dimos los números. 'Espera, te hago una pérdida'. Me llamó y apareció su nombre en la pantalla. Tenía ya su número. Veas. Francamente no creo que nos llamemos, pero sí creo que esa charla tan abruptamente desnuda a ambos nos sirvió de mucho. Nos reconocimos. Y a mí me complació ver cómo una persona es capaz de perdonar la vida 'pese a todo' y vivir sin odios. Eso te aproxima a los demás y hace que los demás se aproximen a ti. Todo lo demás es una guerra de diferentes intensidades.

El miércoles me llamó Virgina, quien se alejó de mi vida al enterarse de que me iba a casar. Me entristeció ver cómo una amistad que yo tenía como robusta se hizo añicos en aquel momento. Hubo ciertos reproches por su parte. Yo sóloo pensé que ciertas cosas, sencillamente, se habían dicho a destiempo. Fue la nuestra una relación temporalmente descoordinada. No volví a saber de ella hasta este pasado miércoles. Se había enterado de mi paternidad y llamaba para darme la enhorabuena. Me alegré mucho al no hallar ni rastro del tono con el que vistió nuestra última conversación. Virginia tomó mi futura paternidad como el modo de volver a mí. Y yo la recibí con los brazos abiertos. Era una amistad robusta, sólo había encorvado el tronco una tormenta furiosa.

Esta mañana he jugado al tenis con Víctor. Trabé relación con él mediante un amigo común y muy de uvas a peras nos veíamos. Siempre en grupo. Los meses previos a la boda, el deporte reunió nuestros caminos. Al terminar el juego hoy marchamos a comer. Me habló que en Sant Jordi publicará un libro. Hablamos del mundo editorial, de lo complicado que es buscar ratos libres en esta maldita profesión de periodista para hacer cualquier otra cosa elaborada: estudiar, escribir... Me recomendó libros, yo lo sugerí otros tantos y antes de volver a la ciudad le di un libro que llevarse camino a NY, donde acudiría a la exposición de un amigo suyo. Víctor es del otro lado de la península. Tiene un cargo políticamente muy cabrón, pero de nada de eso hablamos. El tema vital trascendió silencioso pero imponiéndose al endamiaje social. Y el sol del mediodía cruzó, veloz, sobre una naturaleza silenciada por febrero. Ninguna bestia se escuchó. Ninguna bestia pasó. De ninguna bestia se habló. Tuve la sensación de que volamos demasiado alto para este tipo de oidos.


Solo en estos tres momentos de la semana me sentí sereno. En paz con el mundo. No me divertí. Ni me sentí profesionalmente realizado. Son ésas otras sensaciones. Distintas. Tocan otras paredes del hombre. Pero la 'serenidad' surge cuando se toca la bóveda, allá donde se aloja el alma. Reconciliándote con el mundo a través de las personas. Indicándote tu camino en la vida. Simplificándola.

Debo dedicarme a otra cosa para ganar dinero.