miércoles, 31 de agosto de 2011

Por qué corro

¿Por qué corro? Francamente no lo sé. Así, de primeras, díría que porque se me da bien, porque me supone cierto alivio existencial y, en definitiva, porque me pone contento. Y digo que me hace estar feliz no por la sensación fisiológico posterior, con toda esa explicación química, que también. Lo digo porque el día que me levanto y sé que por la tarde o por la noche voy a salir a corre, ese día ya me levanto feliz. Lo soy hasta la hora de ponerme a correr, lo soy mientras corro y lo soy al terminar de correr.
Supongo que por herencia genética, lo de correr se me ha dado tiempo. El primer recuerdo que tengo de aquello fue cuando mi madre me llevó asustada al pediatra. Yo era muy niño, pero me acuerdo perfectamente de la consulta. Es, quizá, uno de los recuerdos más longevos que conservo. Pérez-Sala, el pediatra, tras ouscultarme, tranquilizó a mi madre (en el Liceo le habían puesto una nota sobre mi modo de respirar): "a su hijo no le pasa nada, todo lo contrario, tiene el corazón más grande de lo habitual, por eso le late lento.. siempre se cansará menos que los demás. Tiene las mismas pulsaciones de Lejarreta (ciclista de aquella época)".
De pequeño, de casa de mis padres a la Iglesia, donde iba a recibir el catecismo, había una distancia de kilómetro y medio. Con aquel librito verde en la mano echaba a correr. Ida. Catecismo. Y vuelta. O cuando mi madre se quedaba sin tabaco y me enviaba a comprarle. Yo cogía las 200 pelas y echaba a correr. Misma distancia. Así, una vez me apunté en la carrera de las fiestas patronales de La Canyada. Donde me he criado y donde vivo. Como quiera que yo aún era muy pequeño, me tuve que apuntar dos categorías por encima de las reglamentarias. En la de mi hermano. Entré en meta segundo. En verdad, tercero, porque mi hermano, con el que corrí todo el circuito, al ver que me alejaba en los metros finales me gritó 'Déjame entrar por delante de ti'. Y yo le dejé. Era mi hermano mayor.
Ya en el colegio, estuve algunos años apuntado en el equipo de atletismo. Pero por vivir fuera de la ciudad apenas podía asistir a carrera alguna. Así que el bueno de mi padre me llevaba a otras carreras. Salíamos del coche, me cambiaba sentado en el capó y mi padre me decía: "Recuerda, aunque no lleves dorsal, si algún árbitro te para dices que vas por libre". Y así corrí muchos domingos. En ocasiones convencía a mis nuevos amigos de La Canyada para que salieran a correr, aunque a ellos eso les aburría. Y a mí también ir a su ritmo, por lo que salía con chandal y bajo las perneras me anudaba pesas de kilo y medio.
Llegada la adolescencia todo se detiene. En mi caso, se diluye. Es tiempo de discotecas, de sexo, de alcohol... pero de seguir corriendo. Bebía y salía mucho. Pero nunca dejaba de correr. En la única ocasión que la policía retuvo mi vehículo de madrugada por dar positivo en el control, me fui del cuartelillo hasta mi casa corriendo. Era de noche. Un tramo tuve que hacerlo campo a través. Con zapatos, vaqueros y camisa. Y la bandolera del trabajo colgada porque horas después tenía que levantarme para ir a la redacción del periódico. Fueron varios kilómetros.
Me mudé a Valencia unos años. Tres. Y en esa época creé 'La marcha verde', recorrido de ida y vuelta entre La Canyada y Valencia. Algo más de media maratón. Pero yo seguía sin competir. Realmente nunca lo he hecho. Sólo necesitaba correr. Eran tiempos de dudas vitales, tanteos sentimentales serios.. y el correr iba colocando las piezas como en la caída de un Tetris. Todo estaba desordenado pero al salir a correr las piezas volvían a flotar para caer lentamente en un encuadre perfecto. Corriendo escribí y escribo muchos aforismos. Muchos.
En 2008 corrí la Maratón de Nueva York. A día de hoy, junto a mis primeras olas en Biarritz, la experiencia más hermosa e intensa de mi vida. Pero de eso ya he escrito. Era uno de mis sueños. Correr una maratón. Correr la de Nueva York. Tanto me gusta correr que en 2010 corrí la Maratón de Amsterdam yéndome solo a la capital holandesa. Sin conocer a nadie. Sin convivir con nadie. Sólo a correr.
Y aquí me encuentro, con 36 años, saliendo a correr tras una lesión del plopíteo que me ha dejado tres meses en el dique seco. Vuelvo a ser feliz. Acabo de entrar en casa tras salir a correr hace solo 15 minutos. Soy feliz.

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