miércoles, 14 de noviembre de 2012

Bronca dominguera en partido femenino


Terminó un partido de fútbol femenino de esos que se juegan los domingos a mediodía sin apenas público. El conjunto local había perdido por la mínima. Resultado muy ajustado.  Mucha desilusión entre los parroquianos. Vamos, lo normal en cualquier campo de fútbol de nuestro país. Ambos entrenadores se saludan cortesmente, intercambian breves comentarios y se dan un abrazo camino de vestuarios. El padre de una de las jugadoras locales dice algo al técnico visitante. No sé el qué, pero por gestos y muecas faciales se atisba los malos modos. Éste, con semblante de ver el enésimo miura saltar a la plaza, elude la refriega. Su indiferencia sobreexcita a un astado a quien el cuerpo le pedía guerra. Otro resultado final. Su esposa no ponía mucho por contenerle. Avergonzada y con el desgaste de años de matrimonio, se limitaba a darle esos golpecitos ridículos en la coronilla que se les da a los cachorros. Parecía que la pólvora, pues, no iba a prender. Sin embargo,  el ‘segundo’ del técnico, uno mocetón de veintitantos, carne de gimnasio, tomó cartas en el asunto y ya todo se complicó.
Convertido en uno de esos ‘tronistas’ de Telecinco, no tardó en quitarse la camiseta al tiempo que fue dando pequeños brincos hacia atrás como un púgil confiado en su victoria. Habilitaba espacio a fin de que al reducido aforo nos quedara claro que no se contentaría con empujones e insultos a la cara. “¡Ven aquí, ven!”, retaba. Pero ya se habían metido unos cuantos entre medias para abortar cualquier refriega. La grey allí reunida la formaban adultos en chándal y mujeres con coleta, niños atónitos. No era el párking de una discoteca. En ese escenario prepaella familiar valenciana, cualquiera sabía que no se verían puñetazos en la cara. Y por ello, un espontáneo con trazas de ‘spookero’ trasnochado se retó al gladiador de press de banca haciendo ridículas posturas de forzudo de circo ambulante: “¡Mira el musculitos, ché mira!”. Lo repitió una y otra vez, reclamando para sí su cuota de protagonismo. Necesitaba como fuera una historia que llevarse al bar los próximos meses.
Y yo me largué a casa triste porque a las chicas casi nadie les hace caso en un deporte que para ellas no es ‘rey’. Pero más aún por culpa de esos tres miserables que eclipsaron la discreta serenidad de un joven entrenador que fue insultado y amenazado. De esos nunca habla nadie.