miércoles, 27 de julio de 2011

antropología de salitre

Finales de julio de 2011. Playa de la Malvarrosa. Valencia. El que suscribe se ha llevado un par de libros a la playa. Como viene ocurriendo últimamente, ni los he abierto. El entorno a orillas del mar me da mucha marcha. Antropología de salitre. Que si una familia al completo por aquí, que si un grupo de adolescentes por allí, que si un parejita muy cerca, que si las marujas pegando voces por doquier. En fin, lo clásico en la playa de la ciudad. Es barato llegar hasta aquí, está cerca incluso para mí y, de un tiempo a esta parte, ya se limpió la Malvarrosa.
Dicho esto, conviene presentar a los protagonistas de esta historia: tres jóvenes de unos 20 o 22 años a lo sumo. De buen ver. Dos chicas y un chico. Delgaditos y con gafas de pasta de colores. Muy 'popi'. Un par de metros frente a mí, a la derecha, queda un sitio. Como tres caballitos jerezanos alcanzan el lugar. Toc, toc, toc. Al quedarse ellas en biquini los machos del lugar estudiamos el género. Rápidamente y de manera furtiva, como un gesto automático. Casi desprendido. Sin apenas esfuerzo. Casi sin interés. Como si lo tuviéramos que hacer porque toca. O algo así. Las hembras del lugar hacen lo propio, pero como son ellas, con más profundidad, reparando en detalles que a nosotros nos importan poco; que si el biquini es de esta temporada, que si van bien depiladas, que si esas tetas no son suyas y que vaya piernas y vientre lucen las muy hijas de puta. Porque las niñas están de buen ver.
Al momento el chico comienza a sacar potingues de su bolsa: algo para el pelo, algo para la cara, algo para las uñas... y les anima a que se ponga una tras otras todas y cada una de las cremas y esprays. Al parecer es peluquero. Pronto se evidencia que también es homosexual. Nada nuevo bajo el sol. Los siguientes minutos no ofrecen más que la rutina playera de los recién llegados. El chico, tras concluir su largo ritual de estética playera (que quede claro que se cuida mucho, no sea que se estropeé el género), se inquieta y comienza a hablar por el móvil con su amigo Luismi. El tal Luismi debe andar merodeando por los alrededores. Ambos discuten dándose instrucciones peregrinas a fin de orientarse el uno al otro. El peluquero se incorpora y va de aquí para allá, muy nervioso. Los ademanes y la entonación dejan claro a cualquier despistado la conclusión a la que llegamos todos: el clásico grupito de tías que van con 'el maricón'  la playa. "Tías, taparos esas berzas que voy a por Luismi y lo traigo para acá". Y se esfuma estirando sus agudos en el habla.

En cuando se pierde arena adentro hacia el paseo, una de las dos chicas, se arrima a la otra y comienza a besarle la boca.

Nadie esperaba algo así. El estereotipo de las 'bolleras' se había dinamitado con ese beso pausado y silencioso. No por la ejecución del beso, que pudiera ser, sino por ellas. Esas melenas largas y cuidadas, esa musculatura fina y torneadas, esos ornamentos en orejas, tobillos y dedos. En fin, habían tenido la cortesía a que su amigo se largara para iniciar un beso que se prolongó hasta el final de estas líneas.
Las dos yacían boca abajo en sus toallas. La del cabello más rubio era la que se había arrimado a la otra, de larga melena cobriza, y le alimentaba la boca en tiernos gestos verticales, como un pajarillo alimentado por su madre. Un beso semejante en una pareja 'hetero' sólo se produce cuando dos cuerpos se acaban de conocer (y siempre que no haya alcohol de por medio). Acentúan ese beso íntimo al no querer incorporarse. Los labios se exploran de un modo lateral e inclinado, sin apenas saliva, como pidiéndose perdón. O permiso por volver a rozarse una vez más. Otra. Pero tampoco quieren separarse. Diríase que la una respira de la otra un hilo de oxígeno tan fino que cualquier arreón pasional en ese beso acabaría con las dos al instante.
A mi derecha, una pareja treinteañera es la primera en reparar en un beso que ya había consumido varios minutos. Ella le hace un gesto a él. Los dos sonríen en mirada cómplice. Ninguno dice nada. Y yo pienso que ellos han vivido algo que yo desconozco. O me lo imagino, porque tengo mucha imaginación. Menos mal.
Más allá una niña de ocho años, que se estaba comiendo aburrida un bocadillo de salami mientras sus padres aún peleaban con la sombrilla, descubre lo que sin duda era nuevo para ella. Ese 'morreo' no lo había visto en la tele. Ni se lo habían contado sus amigas. Sus padres está claro que no por el careto que trae. Con el descaro propio de esa bendita edad, la niña, regordeta y sin soltar el mendrugo de pan, no pierde detalle en un proceso de aprendizaje fabuloso a pie de playa. Es posible que de vuelta a casa le pregunte algo a su mami.
Entre el beso de las féminas, que a estas alturas aún no se había derretido, y yo mismo, un grupo de cinco adolescentes. Las del 'insti'. Las de "tía sabías que...". No dejan de hablar de las tonterías propias de esa edad. '¡Hostias1!', se le escapa a una de ellas. Eso hay que contarlo pero ya. Verás las otras cuando lo vean. Y empieza a dar toquecitos en los antebrazos a unas y otras, que se giran con la discreción que ya manifiestan las niñas a esa edad. Nadie dice nada durante unos segundos, contemplando el beso lésbico. Pronto una suelta: "Tía, qué asco". Las demás callan, aguardando a que otra dé un paso al frente  y sumarse así al comentario predominante. Se miran las unas a las otras, pero ninguna más habla. Tuercen el gesto por aquello qué, pero callan. Interesante.
A mi izquierda, una mujer de unos 70 y largos años, como yo, hace un buen rato que reparó en ese beso que parecía no tener fín. La mujer, con bañador negro y gorro de pescador, mira por un instante más esa flor de juventud femenina entrelazando sus lenguas sobre la arena de Valencia. Al punto, saca una fiambrera bajo su sillita plegable, la abre y con un tenedor chafa un tomate valenciano sobre varias sardinitas. Aprieta dos o tres veces. Sus gestos secos consiguen que el aceite y el tomate se hagan argamasa. Deja de mirarlas. Coge el tenedor por el extremo y pierde su mirada en el espigón sur mientras da el primer bocado.